Servicio del Día del Señor del 9 de febrero del 2025

Pastor Sung Hyun Kim

El rey Josafat de Judá se desanimó al recibir la noticia de que Moab, Amón y otros pueblos se habían unido para atacar. Era evidente que no tenía posibilidad de vencerlos por su gran potencia. En ese momento, Jahaziel, conmovido por el Espíritu del Señor, dijo: “No temáis ni os amedrentéis, el día de mañana descenderéis contra ellos. El Señor estará con vosotros.” El rey confió en esta palabra y envió a los soldados al campo de batalla, colocando delante de ellos a músicos para que alabaran diciendo: “Dad gracias al Señor, porque su misericordia es para siempre.” Así, antes de que la batalla comenzara, el rey Josafat ya estaba seguro de la victoria y dio gracias por ella. Y, en efecto, obtuvieron la victoria.

Si la gratitud del rey Josafat hubiera sido expresada solo después de la victoria, no habría sido tan admirable. Claro está que en el mundo hay quienes, aun después de vencer, no dan gracias. Considerando su triunfo como algo natural y no dan gracias porque en su corazón piensa que lo merecen. En cambio, aquellos que reconocen que su victoria proviene de Dios y dan gracias son bienaventurados. Pero hay personas aún más bienaventuradas: aquellos que, como el rey Josafat, aunque aún no han obtenido la victoria, creen con certeza que la recibirán y dan gracias por adelantado.

Sin embargo, existe un nivel aún más elevado de gratitud: agradecer en medio del sufrimiento y la derrota. Este es el verdadero nivel de gratitud madura, el nivel de gratitud que el Padre Dios espera de Sus hijos. Aun cuando nuestra vida se halle en desesperación, Dios sigue siendo digno de recibir nuestra gratitud. Incluso si nuestros más anhelados deseos no se cumplen, todo sucederá conforme a la voluntad de Dios, y Él será glorificado. La gratitud no es una cuestión opcional. Dios es digno de recibirla en cualquier circunstancia.

Todo proviene de Dios, ya sea que nos cause alegría o sufrimiento. Por eso, podemos dar gracias en todo momento. La persona llena del Espíritu Santo confía en que Dios obrará para bien en todas las circunstancias. No duda de que Dios lo cuida con sabiduría y amor, sin importar que tipo de pruebas o dificultades esté pasando. Por eso, puede dar gracias incluso en el dolor. Puede agradecer aunque su salud decaiga e, incluso, cuando pierde a un ser amado, como hizo Job al perder a sus hijos en un solo día.

Todo lo que experimentamos acabará revelándose como algo bueno en Cristo. Somos herederos junto con Él y ya hemos entrado en Su gloria. Como Él intercede por nosotros ante Dios, todo lo que enfrentamos – ya sea alegría o tristeza – se convertirá en motivo de alabanza y gratitud. Como estamos en Cristo, nuestra gratitud es, en última instancia, la gratitud de Cristo mismo hacia el Padre Dios. Glorifiquemos al Padre Dios, que es fuente de toda buena dádiva y todo don perfecto. En cualquier circunstancia, sea cual sea la situación, demos gracias al Padre Dios en Cristo.