Emanuel y el diezmo
Salió, pues, Jacob de Beerseba, y fue a Harán. Y llegó a un cierto lugar, y durmió allí, porque ya el sol se había puesto; y tomó de las piedras de aquel paraje y puso a su cabecera, y se acostó en aquel lugar. Y soñó: y he aquí una escalera que estaba apoyada en tierra, y su extremo tocaba en el cielo; y he aquí ángeles de Dios que subían y descendían por ella. Y he aquí, Jehová estaba en lo alto de ella, el cual dijo: Yo soy Jehová, el Dios de Abraham tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia. Será tu descendencia como el polvo de la tierra, y te extenderás al occidente, al oriente, al norte y al sur; y todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente. He aquí, yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres, y volveré a traerte a esta tierra; porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho. Y despertó Jacob de su sueño, y dijo: Ciertamente Jehová está en este lugar, y yo no lo sabía. Y tuvo miedo, y dijo: ¡Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios, y puerta del cielo. Y se levantó Jacob de mañana, y tomó la piedra que había puesto de cabecera, y la alzó por señal, y derramó aceite encima de ella. Y llamó el nombre de aquel lugar Bet-el, aunque Luz era el nombre de la ciudad primero. E hizo Jacob voto, diciendo: Si fuere Dios conmigo, y me guardare en este viaje en que voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir, y si volviere en paz a casa de mi padre, Jehová será mi Dios. Y esta piedra que he puesto por señal, será casa de Dios; y de todo lo que me dieres, el diezmo apartaré para ti. (Génesis 28:10-22)
Todo esto fue el proceso del cumplimiento del pacto de Dios con Abraham. Y Jacob arrebató esta promesa de su hermano Esaú. Compró la primogenitura de su hermano por un plato de sopa y engañó a su padre para recibir la bendición. Así que su hermano se enfureció. Estaba decidido a matar a su hermano, pero cuando su madre se enteró, le dijo a Jacob que huyera, diciendo: “¿Por qué he de perder a los dos en un mismo día?” El anhelo de Jacob era poseer esa bendición que Dios había dado a Abraham, ¿y cuál dijimos que era esa bendición? Dios con nosotros.
Dios está conmigo eternamente. Jacob anhelaba que Dios estuviera con él y con su casa, pero para que eso se cumpliera, primero tenían que suceder tres cosas. ¿Cuáles eran esas tres? Para que esta promesa se cumpliera, había tres cosas que debían ocurrir primero. En primer lugar, Dios dijo que les daría una tierra. Prometió diciendo: “Daré a ti y a tu descendencia la tierra de Canaán”. Así que primero debía tomar posesión de esa tierra. Pero él no podía tomar esa tierra por sí solo, ¿verdad? Así que necesitaba tener muchos hijos. Después de tener muchos descendientes, entonces debía tomar posesión de la tierra. Sin embargo, no importa cuántos descendientes se tengan, no se puede tomar la tierra de otro solo por eso. Así que Dios primero debía convertirse en su Dios. En otras palabras, él debía ver a sus descendientes multiplicarse, luego a Dios convirtiéndose en su Rey y guiándolos, y finalmente llevándolos a la tierra de Canaán para vivir allí. Eso era lo que él necesitaba ver.
Y esto finalmente se cumple por medio de Emanuel, que significa “Dios con nosotros”. Como Jacob anhelaba y anhelaba eso, tenía que obtenerlo, incluso si eso significaba engañar a su hermano y a su padre. ¿Por qué? Ese es precisamente el propósito por el cual Dios creó a la humanidad, entonces, ¿qué otra cosa podría importar más? Al final, engañó a su hermano. Así que su hermano intentó matarlo. Pero si moría, la promesa no podría cumplirse. Debían nacerle muchos descendientes, pero si moría, ¿cómo podría suceder eso? Por eso necesitaba salvar su vida. Tenía que huir. ¿Adónde huyó? Fue a Harán, donde Abraham había vivido, al otro lado del río Jordán. Pero mientras huía, tenía una preocupación. Si huía, su hermano seguiría viviendo en esa tierra, mientras que él estaría en un lugar lejano. Pero la promesa de Dios era darle esa tierra. Así que primero debía huir para salvar su vida y poder tener muchos hijos. Una vez que se alejaba de esa tierra, no tenía garantía de cuándo podría regresar. Nadie sabía cuándo moriría su hermano. Si vivía en una tierra extranjera durante algunas décadas, ¿cómo podría estar seguro de que tomaría posesión de esta tierra? Era un problema serio. Necesitaba salvar su vida de inmediato, y aun así no podía dejar la tierra porque debía tomar posesión de ella.
Por lo tanto, aunque se fue por un tiempo, la mayor preocupación de Jacob era poder regresar. Necesitaba una prueba definitiva de que Dios cumpliría todas Sus promesas en él. ¿Realmente será Dios Emanuel? ¿De verdad me usará? ¿Cuál era la prueba? ¿Cómo podía estar seguro? Si algún día regresaba a esa tierra, lo cual parecía imposible, eso significaría que Dios verdaderamente estaba con él. Así que, aunque no pudiera ver el futuro ni lo que sucedería, podía creer que las promesas ciertamente se cumplirían. Entonces ya no tendría más que desear, con tal de poder regresar.
Mientras huía, descansó sobre una piedra donde tuvo un sueño. Apareció una escalera que llegaba hasta el cielo, y los ángeles subían y bajaban por ella. Y sobre esa escalera, Jehová estaba de pie y reafirmó la promesa a Jacob: “Te daré esta tierra”. Sin embargo, como ocurrió en un sueño, al despertar, no había nadie. Aun así, creyó que era Dios obrando en su sueño y edificó allí un altar, diciendo que ése era el lugar donde estaba Dios. Luego hizo un voto en el versículo 20, diciendo: “Si fuere Dios conmigo” —que era lo que él más anhelaba— “y me guardare en este viaje en que voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir, y si volviere en paz a casa de mi padre, Jehová será mi Dios. Eso significaría que todo lo que Dios me ha prometido se cumplirá. Podré creer en todo lo que Él dijo. Y esta piedra que he puesto por señal será casa de Dios, y de todo lo que me dieres, el diezmo apartaré para ti”.
Más adelante, después de que Jacob vivió muchas décadas en tierra extranjera, donde tuvo cuatro esposas y doce hijos, estaba regresando a casa. Pero se sentía desesperado porque su hermano venía a matarlo. Al escuchar la noticia de que su hermano venía tras él con un ejército de cientos de hombres, ¿cuán aterrorizado estaría? Estaba prácticamente muerto. Sin embargo, envió a todos por delante y buscó la bendición de Dios, y finalmente vio cómo su hermano había cambiado. Pensaba: “Mi hermano va a matarme, y entonces todo habrá terminado. La promesa de Dios no tendrá nada que ver conmigo. Pero si vivo, eso será la confirmación de que todas las promesas ciertamente se cumplirán”. ¿Se imaginan cuán nervioso habría estado al encontrarse con su hermano? Cuando se encontraron, su hermano no estaba enojado con él; en cambio, recibió a Jacob con alegría. Fue entonces cuando Jacob supo. Supo que Dios cumpliría todas Sus promesas para con él; que verdaderamente estaba con él y que, aunque no viera cumplirse todo, estaba seguro de que todas las promesas se realizarían en él. Incluso recibió el nombre de Israel por parte de Dios, de modo que sus descendientes fueron llamados por el nombre de Israel, que significa “el que venció”. Hasta el día de hoy, sus descendientes son Israel. Ese es el nombre que Jacob recibió, y todos ellos le pertenecen. Después de tener la confirmación de que todas las promesas se cumplirían, dio el diezmo a Dios.
Entonces, ¿qué es el diezmo? Es la confesión: “Dios está conmigo”. El diezmo es la forma en que confesamos: “Dios está conmigo”. Por lo tanto, cualquiera que no cree eso no puede diezmar. Aunque vaya a la iglesia y diga tener fe, si no puede creer que Dios está con él, no dará el diezmo. ¿Puede una persona que no diezma tener alguna relación con Dios? ¿Puede ser salvo? Eso es muy difícil de decir. Por supuesto, uno no recibe la salvación por diezmar. Sin embargo, si uno es salvo y sabe que Dios está con él, entonces ciertamente dará el diezmo. No es que uno tenga que ser bautizado para ser salvo. Pero si alguien desea ser salvo y recibir el nombre de Jesús dentro de sí por la eternidad, será bautizado. Así que, si alguien pregunta: “¿Tengo que ser bautizado para ser salvo?”, hace esa pregunta porque realmente no quiere bautizarse. Si ya ha decidido no bautizarse, ¿puede ser salvo? De la misma manera, cualquiera que pregunta: “¿Tengo que diezmar?”, es alguien que no quiere hacerlo. Si dice haber recibido la gracia de Dios, si dice que Dios está con él para siempre y que irá al cielo, pero no quiere diezmar, ¿es realmente una persona salva? Hablando francamente, no podemos decir que lo sea. No se es salvo por dar el diezmo. Pero si una persona es salva, Dios está con ella. Y una persona así ciertamente dará el diezmo.
Incluso las personas que no están seguras de si tienen fe o no deben estar agradecidas. Por nuestra mente pasan todo tipo de pensamientos, y por eso no podemos confiar en ella. Hay pensamientos que vienen de mí y otros del diablo. Pero, gracias a Dios, Él ha dispuesto que confesemos con nuestros labios. Dios no examina lo que hay en nuestra mente, sino que escucha las palabras de nuestra boca y nos salva. No importa lo que pase por mi mente, cuando confieso con mis labios: “Jesús, Tú eres el Hijo de Dios. Tú eres el Cristo. Gracias, Señor Jesús”, Dios escucha lo que dije. Si eso no parece suficiente, Él nos dice: “Bautízate. Entonces, sin importar lo que haya en tu mente, obedeciste Mi palabra y te bautizaste”. Eso es lo que Dios toma en cuenta. No toma en cuenta los pensamientos que pasan por su mente.
¿Está Dios contigo? ¿Está contigo eternamente? Entonces diezmarás. Si da el diezmo con esa confesión, Dios no tomará en cuenta los pensamientos fugaces que pasan por su mente, ni la incredulidad que surge por un momento. En cambio, tomará en cuenta el hecho que ha diezmado y aceptará su fe, por la cual ha creído que Dios está con usted. Por eso estoy verdaderamente agradecido de poder dar el diezmo. A veces tengo pensamientos como: “¿Está Dios complacido conmigo? ¿Está realmente conmigo?” Sin embargo, el hecho de que doy el diezmo significa que reconozco esto. Al dar dinero, que es algo muy valioso, reconozco esto. Y Dios prometió que eso es lo que Él tomará en cuenta. Por eso estoy tan agradecido cada vez que doy el diezmo. Aunque no soy digno y estoy lejos del estándar, agradezco poder al menos dar el diezmo porque creo que Dios está conmigo. Es lo mínimo. Dios está conmigo y Él me guía para por la eternidad.
Cuando fui a China, el jeonse (depósito de alquiler) que habíamos pagado por la casa donde vivíamos era de 30.000.000 de won, y necesitábamos usarlo para poder ir a China. Nunca habíamos pensado en tocar ese dinero porque era lo que mis padres nos habían dado cuando me casé. No era dinero que nosotros hubiéramos ahorrado. Así que nunca habíamos dado el diezmo de esa cantidad. Pero después de terminar el contrato y recibir de vuelta el depósito, teníamos que dar el diezmo. Nunca antes había dado una cantidad tan grande como diezmo. Además, ese dinero no era algo que hubiéramos ganado, sino que ya lo teníamos. Así que había un poco de conflicto en mi interior. Los humanos somos muy ladinos. El diezmo sería de 3.000.000 won. Y luchaba con el hecho de tener que dar ese diezmo. Pero la lucha fue breve. Dimos el diezmo. Así que no lo pudimos dar en el Día del Señor porque estábamos luchando con esos pensamientos encontrados dentro de nosotros. Así que creo que lo dimos un día entre semana, en el lugar de culto de Singil, donde hay una caja de ofrendas. Mi esposa y yo pusimos allí el diezmo. Como nos estábamos preparando para ir a China, cada centavo contaba, y por eso 3.000.000 won era una suma considerable. Habría sido suficiente para pagar un semestre completo de mis estudios. Pero al darlo, lo que vino a mi mente fue: “Señor, somos Tuyos. No queremos vivir por nuestras calculaciones, sino obedecer únicamente Tus mandamientos”. Con eso en el corazón, dimos el diezmo. En ese momento, mi corazón fue profundamente conmovido. Sé que a menudo les digo que no digan cosas como: “Dios me habló. Dios me dijo algo”. Pero en ese momento, eso era exactamente lo que quería decir. Dios me habló diciendo: “Tú eres Mío. Tú eres Mío. Yo cuidaré de ti de ahora en adelante. No te preocupes por lo que vas a comer ni por cómo será tu vida. Tú eres Mío”. Esas palabras penetraron en mi corazón. Así que mientras poníamos el diezmo, estaba lleno de lágrimas y oramos. Estaba verdaderamente agradecido. Después de eso fuimos a China sin ninguna preocupación.
Cuando terminamos nuestros estudios allí después de dos años, nos quedaban 10.000.000 de won. Si hubiéramos usado ese dinero mientras viajábamos para hacer el ministerio, habría sido bastante agradable. Tener algo de dinero extra con nosotros significaba que podíamos hacer actividades recreativas y alojarnos en hoteles, mientras otras personas quizás estuvieran pasando dificultades. Podríamos permitirnos esas cosas con ese dinero. Pero el problema con eso es que podríamos depender del dinero en lugar de confiar en Dios. Escuchamos testimonios de algunas personas que, cuando comenzaron la obra de Dios, dedicaron todo lo que tenían para depender únicamente de Él. Así que, por la misma razón, dimos como ofrenda los 10.000.000 de won que nos quedaban. Después de dedicarlo, ya no nos quedaba nada. Y fue entonces cuando comenzamos nuestro trabajo como evangelistas.
Cuando salíamos a los viajes de evangelismo, recibíamos pequeñas cantidades de dinero de nuestro maestro, apenas lo suficiente para pagar el pasaje de tren de ida y vuelta. Pero luego, las personas que recibían gracia daban ofrendas y nos proporcionaban dinero para cubrir los gastos del viaje, de manera que, al regresar, teníamos más dinero del que llevábamos. Cuando no estábamos en el ministerio, gastábamos dinero. Pero mientras más trabajábamos y servíamos en el ministerio, más dinero en efectivo recibíamos. Así que cuando regresábamos de los viajes, lo dábamos como ofrenda y luego recibíamos una pequeña cantidad para ir a otro viaje de evangelismo. Así vivimos durante aproximadamente dos años. Que el dinero nos fuera dado no significaba que lo gastábamos todo. Las ofrendas que recolectábamos las entregábamos al regresar, y luego solo recibíamos lo necesario para el siguiente viaje misionero.
Hasta el día de hoy, experimentamos cómo Dios cuida cada parte de nuestra vida y cómo Él está con nosotros. Entonces, ¿cuán grande es la bendición del diezmo? Solo aquellos que verdaderamente creen que Dios está con ellos podrán diezmar. El diezmo no debe ser una carga. Más bien, es una gran bendición que, cuando estoy desgastado y débil en la fe, puedo confesar y reconocer mi fe al dar el diezmo. Oremos para tener la fe que permita que nuestro espíritu reconozca verdaderamente que Dios está con nosotros.
Nuestro Señor es la fuente de la bendición. Él es la bendición. Él es el Dios de bendición. Y porque Él está conmigo, estoy lleno de bendiciones. Eso es lo que debemos reconocer. Porque Él tiene vida, yo estoy lleno de vida. Porque Él es la verdad, estoy lleno de la verdad, no de mentiras. Por lo tanto, todo lo impuro, lo débil y lo malo debe ser echado fuera. Oremos: Señor, ya que estás dentro de mí, ayúdame a ser fuerte y a echar fuera de mí todo lo impuro y toda debilidad.
Gracias, Dios Padre, por estar siempre con nosotros. A través de Jesucristo, recibimos al Espíritu Santo y nos convertimos en templo del nombre de Dios. Ayúdanos a reconocer esto por nosotros mismos, a tener orgullo santo de ello, y a ser fortalecidos por Tu vida y poder. Echa fuera de nosotros toda impureza, toda debilidad y toda maldad. Fortalece a todos Tus siervos. Hemos orado en el nombre de Jesús. Amén.
Prédica del Pastor Ki Taek Lee
Director del Centro Misión Sungrak

