Servicio del Día del Señor del 28 de julio del 2024

Pastor Sung Hyun Kim

Pensemos en una persona que ha caído en un pozo lleno de estiércol y apenas ha logrado salir. Si esa persona, cubierta de estiércol, intenta entrar a la casa y sentarse en la mesa, ¿qué haría usted? Y usted, aguantando el horrible olor, le dice: “Por favor, ve y báñate primero,” pero la persona insiste, “De que hablas, yo no huelo nada,” ¿qué haría usted? ¿Cedería y le diría: “Creo que ya no huele tan mal como antes. Mira toma este perfumen y échate en todo el cuerpo”?

Así como esa persona que se ha acostumbrado al horrible olor, antes de que ser salvos, no éramos conscientes de cuan desalentador era nuestra vida del pasado y cuan sucio era nuestro viejo hombre. El Evangelio se acercó a nosotros revelando nuestra verdadera condición y persistiendo en el arrepentimiento. El Evangelio no nos pide que “nos desarrollemos o que mejoremos a nosotros mismos”. Esto sería como rociar perfumen sobre una persona cubierta de estiércol. Lo que el Evangelio nos exige es que nos despojemos de nuestro viejo hombre.

En el momento en que creemos en Jesús debimos despojarnos de nuestro viejo hombre. En el caso de aquellos que comenzaron la vida de fe sin despojarse de su viejo hombre, aunque el Señor quiera llenarlos con Su naturaleza, no será posible porque el viejo ser que todavía posee lo impedirá. Antes, el viejo hombre reclamaba toda nuestra identidad y nos llevaba a donde quería. El viejo hombre nos alejaba de la verdad y siempre nos hacía elegir caminos engañosos llevados por los deseos. Así es, cada vez que nuestros deseos eran estimulados, nos dejábamos engañar muy fácilmente. Nos engañábamos una y otra vez, repetidamente sintiendo fracaso y desilusión, sin poder ver nuestra realidad al ser llevados por los deseos.

En ese momento, estábamos corrompiéndonos, y esa corrupción no se detendría hasta llegar a la destrucción total. Aunque hemos sido libres del pecado y hemos recibido una nueva vida por medio de Jesucristo, el estado corrupto de nuestro viejo hombre no ha desaparecido por completo. Por lo tanto, lo primero que debemos de hacer al recibir la nueva vida y empezar a servir al Señor es tener la determinación de desechar las costumbres del viejo hombre. Aquellos que comienzan su vida de fe sin tomar esta decisión intentarán entender a Dios según la forma de pensar de su viejo hombre, y inevitablemente fallarán en escuchar a Cristo y ser enseñados por Él. En cambio, podrían quedarse atrapados en la simple lógica de que “cualquiera puede ser salvo” y menospreciar su rol, posiblemente sin alcanzar la salvación.

Recibir el bautismo significa declarar públicamente la voluntad de desechar al viejo hombre y entrar en el orden del reino de Dios. Si alguien se llama a sí mismo creyente, pero si pasa día y noche planeando pecar, esta persona aún sigue en el dominio del pecado. Aquel que realmente desee seguir a Cristo sentirá tal gratitud por el sacrificio del Señor que no tendrá más remedio que decidir: “Me despojaré del viejo hombre.” Si ha llegado a la conclusión de que “todavía no he tomado el primer paso que el Evangelio requiere”, entonces, tengamos la determinación de despojarnos de nuestro viejo hombre ahora mismo. Así, nos revestiremos del nuevo hombre que Dios desea darnos. Pensemos que hoy es el primer día en que recibimos el Evangelio y abandonemos sin demora a nuestro viejo hombre. Hagamos que el arduo trabajo del Señor, quien nos llama y nos enseña, sea exitoso en nosotros.