Servicio del Día del Señor del 24 de marzo del 2024

Pastor Sung Hyun Kim

“No tengo que preocuparme por mi salvación porque creo en la sangre de Jesús. Ese problema ya ha sido resuelto. Ahora, el pecado no tiene gran significado en mi vida. No importa qué tipo de pecado cometa, Dios tiene mucho amor que me perdonará todo.” Desafortunadamente, nosotros estamos muy acostumbrados a esta mentalidad. Al tener estos pensamientos, menospreciamos de gran manera la gracia de Dios. E incluso nos burlamos de la gracia de Dios más allá de un simple desprecio. Hay ocasiones en la que en la que pecamos voluntariamente y nos justificamos a nosotros mismos diciendo, “No habrá ningún problema.” ¿Será que tener tal actitud es correcto?

“He sido salvo a través de la sangre de Jesús.” Estas palabras no implican que la sangre de Jesús en sí tenga los componentes para salvar al hombre. Lo primero que tenemos que pensar al escuchar las palabras ‘sangre de Jesús’ es en la muerte de Jesús. La razón por el cual ahora podemos vivir una vida de bendición es porque hemos sido libres del pecado, y esta libertad fue posible porque el Señor quien pago el precio de nuestros pecados a través de Su muerte. Dios no es Aquel que simplemente pasa por alto el pecado y lo descarta ligeramente, fingiendo no verlo. Dios nunca perdona el pecado. Estrictamente hablando, Dios no ha perdonado nuestros pecados, sino que Él recibió el castigo que nosotros debimos recibir.

En la era del Antiguo Testamento, el sumo sacerdote entraba en el templo con la sangre de los animales para presentarlo ante Dios, expiando el pecado del pueblo. Sin embargo, la sangre de los animales no puede revolver fundamentalmente el pecado de las personas, ni tampoco puede hacer que el hombre pueda servir a Dios con una consciencia limpia. Finalmente, Cristo como Sumo Sacerdote, vino al mundo y entro al cielo con Su sangre. A diferencia a los mediadores del primer pacto, que dieron el mismo sacrificio repetidamente cada año, Cristo, siendo el mediador del nuevo pacto ha quitado nuestros pecados una sola vez por todas, haciendo que podamos venir en la presencia de Dios.

Dios nos recibe, no porque este contento de nosotros. Originalmente, Dios no se complace de nosotros. En cambio, está en la posición donde Él tiene que aguantar Su ira hacia nosotros. La razón por el cual Dios nos recibe es porque estamos en Jesucristo. Jesucristo nos cubre delante de Dios, haciendo que nuestra apariencia original no sea expuesta completamente ante Él. Por esta razón, no debemos tratar a Dios como si fuera ciego. Lo que necesitamos es tener la actitud del publicano, quien no se atrevía a levantar sus ojos al cielo y oraba, “Dios, sé propicio a mí, pecador.” Él conocía con profundidad que no merecía venir delante de Dios y se entregó a sí mismos ante el mérito de la sangre, esperando con todo fervor que Dios tuviera propicio de él.

El Señor aparecerá por segunda vez. Luego de que el sumo sacerdote saliera del Lugar Santísimo a salvo, el pueblo se gozaba con alivio, diciendo: “¡La mediación del sumo sacerdote fue victoriosa! ¡Nuestros pecados son perdonados!” De la misma manera, en la segunda venida del Señor, quien ha entrado en el Lugar Santísimo del cielo, confirmará el hecho que el Padre Dios ha aceptado Su mediación y se satisface de nosotros. En el día en que el Señor vuelva de nuevo será día de salvación para aquellos que lo han esperado, quienes han confiado sus vidas a Él obedeciéndole con corazón de arrepentimiento; mientras que aquellos que han menospreciado y se han burlado de la gracia del Señor, será un día de lamentos y sufrimiento. Apreciemos la gracia del Señor. Respondamos adecuadamente a esa gracia. Esperemos con un corazón de arrepentimiento al Señor que volverá de nuevo.