Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra. (Génesis 12:3)

Desde que recibimos la bendición de Abraham, esta palabra se ha convertido en una promesa para nosotros en Jesucristo y se ha cumplido. ¡Por lo tanto, somos una bendición! ¡Yo soy una bendición! Así que, cualquiera que me maldiga, Dios lo maldecirá. Dios se enojará. Y a quien me bendiga, Dios ciertamente lo bendecirá. Por eso podemos ver cuán grande es nuestra posición. Si la sociedad sigue maldiciendo y persiguiendo a la iglesia, la misma sociedad será maldita. No les irá bien. Pero si la sociedad alaba a la iglesia y le es favorable, esa sociedad será bendecida. 

La mayoría de los países desarrollados suelen estar abiertos al cristianismo. Pero incluso en Corea del Sur, en este momento, está creciendo la hostilidad y la oposición hacia las iglesias cristianas, lo cual no es bueno para el país. En países como China, el gobierno maldice y persigue a la iglesia. Sin embargo, muchas personas tienen una actitud favorable hacia el cristianismo. Esto es similar a lo que ocurría en Corea del Sur hace algunas décadas. Tienen una buena impresión del cristianismo, pero el gobierno no. 

Pero tales calumnias, maldiciones y ataques desaparecerán como la paja arrastrada por el viento. Y quien maldiga a una bendición, al final, será nada. El bendecido puede sufrir en el tiempo presente, pero verá que aquellos que lo maldijeron desaparecerán por completo sin dejar rastro. Los que son perseguidos son preservados incluso en medio de la persecución. A pesar de la persecución, continúan creciendo, aunque parezca difícil que crezcan. Pero más adelante, vemos que aquellos que los perseguían han desaparecido y ya no se encuentran en ninguna parte. Esto es lo que Dios ha prometido. Las personas hicieron todo lo posible por matar y destruir a Jesús. Y aunque todas esas personas han desaparecido sin dejar rastro, Su iglesia sigue permaneciendo. 

La gente dice que, a este ritmo, la iglesia va a colapsar. Pero eso es absurdo. La iglesia no perecerá. Hasta que el Señor regrese, la iglesia permanecerá. Más bien, aquellos que persiguen la iglesia y tratan de reprimirla serán los que perecerán, aunque por un tiempo parezcan poderosos. Lo mismo sucede con las personas de manera individual. Aquellos que siguen la voluntad de Dios, aunque los demás los presionen por todos lados y los opriman, al final, esas personas desaparecerán sin dejar rastro, mientras que los que han seguido la voluntad de Dios seguirán creciendo y prosperando. Es como si alguien los respaldara. 

Entonces, ¿cuál es el factor decisivo? Debemos ser personas dignas y aptas para el propósito de Dios y, por lo tanto, ser reconocidos como una bendición. En este mundo hay muchas formas de justicia: la justicia de un individuo, la de una sociedad e incluso la de una nación. A esto lo llaman “la gran causa”. Por eso se dice que el doctor Jung-Geun An también sirvió a una gran causa. Sin embargo, hay una justicia aún mayor que ese: el del reino de los cielos. ¿Acaso hay otra causa en el mundo que pueda ser mayor que esta? Por lo tanto, los cristianos no pueden opinar aquí y allá sobre lo que es una gran causa. 

Nuestra dedicación es para la gran causa. Es la justicia de Dios. Somos salvos por esa justicia, y vivimos por ella. Por lo tanto, uno no puede servir simultáneamente a esa justicia y a su propia justicia personal. No debe involucrar sus intereses personales. Todo se trata de cuánto estás dispuesto a renunciar a su propio interés y beneficio personal para vivir por la gran causa. Y eso no es fácil de hacer. A quien viva por la gran causa, Dios lo reconocerá, lo respaldará y lo convertirá en una bendición para que prospere junto con aquellos que siguen la gran causa. 

¿Estamos viviendo por la gran causa? Si lo hacemos, entonces, dado que esta causa en sí misma es una bendición, seremos bendecidos. Además, quien viva para esta gran causa se convertirá en una bendición en sí mismo, de modo que cualquiera que lo ayude también será bendecido. Por lo tanto, así como dicen estas palabras, debemos hacer que otros sean bendecidos a través de nosotros. Debemos hacer que nos bendigan. Debemos lograr que nos ayuden y nos sigan. Sin esto, no habrá discípulos. ¿Hay personas que le siguen? ¿Hay personas que están siendo bendecidas a través de usted? Debe haber continuamente personas haciendo las obras que usted hace, y cada vez más personas deben dirigirse en la misma dirección. Debe haber más personas bendecidas por causa de uno, personas que me ayuden. 

Bendíceme. Bendíceme. El mundo no es una fuente de bendición, entonces, ¿quién puede bendecirme? La bendición viene de alguien que está en una posición superior. Entonces, ¿quién puede bendecir a la iglesia? ¿Quién puede bendecir a Dios? En realidad, esto significa ayudar. Significa ayudar a aquellos que son una bendición. Entonces, ellos, a su vez, serán bendecidos. Por eso necesitamos que más personas nos ayuden. Hagamos que nos ayuden. Debemos poder decir con valentía a los demás que nos ayuden, porque tenemos la fe de que somos una bendición. 

Jesús llamó a una persona que tenía un trabajo estable para que lo siguiera y lo ayudara. Cuando lo hizo, parecía que Jesús no lo cuidó, sino que en realidad lo dejó atrás al irse primero al cielo. No solo eso, sino que todas las demás personas que siguieron a Jesús murieron, y ninguno vivió una vida normal. En los ojos de los incrédulos, Jesús parece alguien irresponsable, y todos los que lo siguieron tuvieron ese final porque se encontraron con la persona equivocada. Pero Jesús sabía que Él es una bendición, una fuente de bendición, y por eso lo hizo. Sabía muy bien que ellos morirían y, aun así, con confianza y valentía, los llamó a seguirlo. ¿Por qué? Lo hizo porque tenía la certeza de que, si sembraban en lo corruptible en la tierra, cosecharían lo incorruptible, lo cual es incomparable. 

Por lo tanto, Él no tiene razón para lamentarse. Jesús no se sintió apenado por el sufrimiento que sus discípulos tuvieron que soportar, ni lloró por ellos con lástima. No, Él les dio y les prometió algo increíble. Hasta el final, les dijo que sería el Padre quien determinaría quiénes se sentarían a su derecha y a su izquierda, y que su deber era ser Sus testigos. 

Luego, les envió al Espíritu Santo para que pudieran llevar a cabo esa obra. De la misma manera, necesitamos formar personas que nos ayuden continuamente. Ellos son los que serán bendecidos a través de nosotros. “Señor, hazme una fuente de bendición. Que haya personas que me ayuden.” Si ellos me ayudaran, pero si yo no me convirtiera en una fuente de bendición y terminara en el camino equivocado, sería maldecido, y también lo serían aquellos que me ayudaron. Así que oremos para que podamos vivir por la gran causa y que siempre haya personas que nos ayuden. 

Padre Dios, ayúdanos a buscar la gran causa sin ningún interés personal, para que podamos convertirnos en una mayor fuente de bendición. También, ayúdanos para que muchas más personas puedan ayudarnos. Hemos orado en el nombre de Jesús. Amén. 

Prédica del Pastor Ki Taek Lee
Director del Centro Misión Sungrak
Prédica del 9 de agosto del 2012
Traducido por el Centro Misión Sungrak Equipo de Español