Servicio del Día del Señor del 10 de agosto del 2025
Oración por la iglesia
(Efesios 6:18)
Pastor Sung Hyun Kim
Los soldados están de pie en el campo de batalla. Llevan puestos el cinturón, la coraza, el calzado, el escudo, el yelmo y la espada, pero su respiración es agitada y sus ojos llenos de cansancio y tensión. En el punto culminante de su carta a los Efesios, Pablo da a estos soldados la orden más importante: “Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos” (Ef 6:18). La oración no es simplemente una de las piezas que conforman la armadura de Dios, sino el arma estratégica suprema que hace posible que toda ella funcione adecuadamente. Aunque somos herederos del cielo, mientras en esta tierra enfrentamos los ataques del enemigo, la oración es para nosotros indispensable.
“Estoy muy ocupado con el trabajo, no estoy en condiciones de orar.” “En mi casa, por el problema de ruido entre pisos, no puedo orar en voz alta.” “¿No es suficiente orar solo cuando tenemos un problema?” No es así. La oración puede hacerse por algún problema en particular, pero también debe hacerse aun cuando sentimos que todo está en paz. La oración puede realizarse junto con otros o al estar solo. Puede hacerse en un horario establecido o en cualquier momento que tengamos libre. Puede ser una súplica especial por un anhelo concreto, o simplemente una confesión sincera del corazón delante de Dios. Así como Jesús dijo: “Velad y orad”, debemos mantenernos en oración constantemente, incluso cuando no estemos enfrentando una tentación inmediata.
La oración debe hacerse ‘en el Espíritu’. A menudo decimos que oramos ‘con el Espíritu’, pero esa expresión puede dar la impresión de que consideramos al Espíritu Santo como un instrumento o medio a nuestro servicio. Si nos acostumbramos a esa idea, corremos el riesgo de cometer el error de tratar al Espíritu Santo como una fuerza o un ayudante al que recurrimos solo cuando lo necesitamos. Orar ‘en el Espíritu’ significa ajustar nuestros pensamientos y nuestra voluntad al ámbito y al contenido de la oración que el Espíritu Santo permite. De esta manera, el contenido de nuestra oración llegará a coincidir con el de la oración del Espíritu Santo. Quien ora ‘en el Espíritu’ no utiliza el poder del Espíritu Santo para satisfacer sus propios deseos, sino que, por el contrario, reconoce su soberanía y se somete delante de Él.
En la guerra espiritual, un instante de descuido puede traer un golpe fatal. Cuando nuestro corazón se dispersa y nuestra sensibilidad espiritual se adormece, el enemigo no desaprovecha esa oportunidad. Por eso debemos ‘velar’ en oración. Esto no significa reducir las horas de sueño para orar, sino mantenernos despiertos espiritualmente. Con un corazón distraído por el mundo y persiguiendo cosas vanas, es imposible tener una verdadera oración. Debemos orar por las necesidades espirituales y, aunque la respuesta no llegue de inmediato, no debemos rendirnos, sino orar con ‘toda perseverancia’. No dudemos de que la oración hecha conforme a la voluntad de Dios siempre es escuchada, y continuemos orando hasta ver el resultado.
Si en verdad hemos recibido la herencia del cielo, la prioridad de nuestra oración en esta tierra debe ser la guerra espiritual. Quien no logra abandonar la obsesión por sí mismo no solo pierde la paz de su alma, sino que incluso puede convertirse en un instrumento que quebranta el orden de la iglesia. La oración ‘por la iglesia’ no es opcional, sino un deber de todo aquel que ha sido llamado a ser miembro de su cuerpo. Oremos para que todos los santos resistan los ataques del enemigo y conserven la victoria que el Señor les ha dado. Esta oración es una prueba poderosa de que vivimos bajo la inmensa gracia de Dios. Por la iglesia, que es nuestra eterna comunidad de destino, unamos hoy nuestros corazones y asumamos juntos esta responsabilidad compartida.


