Servicio del Día del Señor del 6 de abril del 2025

Pastor Sung Hyun Kim

La relación entre padres e hijos no es simplemente un asunto familiar. Mucho menos es un asunto individual. Es una cuestión del reino de Dios. Aunque la salvación se recibe personalmente, el majestuoso plan de Dios en el que deben participar los que han sido salvos va mucho más allá de lo que una sola persona puede llevar a cabo. El plan de Dios es de gran magnitud, y requiere tiempo para cumplirse. Dios está construyendo Su reino al unir a todas las almas de la iglesia en Cristo. No estamos en posición de decir: “Alguien más se encargará de eso” y permanecer indiferentes. Todos los que creen en Jesús están llamados a unirse a esta obra desde el momento en que creen.

Debido a la caída del hombre, lo primero que se vio afectado fue la familia. Tan graves como los conflictos conyugales son los conflictos entre padres e hijos, y los problemas relacionados con la fe de los hijos. Para que un hijo crezca como creyente, primero hay que protegerlo de la corrupción del mundo. La naturaleza pecaminosa que una persona lleva consigo desde el nacimiento tiende a manifestarse en cuanto se presenta la oportunidad. Por lo tanto, no es correcto descuidar a los hijos con la vaga esperanza de que “creerán cuando crezcan”. Podemos comprender esto si reflexionamos sobre cómo Dios eligió la familia de Abraham y, comenzando con ella, transmitió Su voluntad a lo largo de generaciones mediante una formación y enseñanza específicas.

Cuando un cristiano tiene hijos, el significado de ello es completamente diferente al de una familia incrédula. Desde la perspectiva de Dios, no se trata solo del nacimiento de una vida, sino del establecimiento de un canal de bendición. Y esto no significa simplemente del rol de los padres de transmitir la bendición. Así como Abraham pudo bendecir a Isaac porque primero recibió la bendición, también los padres primero deben recibir la bendición antes de poder transmitir esa bendición a sus hijos. Por medio de las familias que experimentan la bendición y la transmiten a sus hijos, Dios continúa realizando Su plan de restaurar lo que Satanás había destruido y restaurar el reino unificado en Cristo.

La humanidad, maldecida tras la caída, sufre por muchos problemas, siendo uno de los más graves la destrucción de la familia. El machismo, la rebelión femenina, la desobediencia de los hijos y el abuso por parte de los padres, todos son el fruto de la maldición que destruyen el núcleo familiar. Esta destrucción se lleva a cabo de forma sistemática mediante los sistemas del mundo. Los valores del mundo, las filosofías antropocéntricas y las ideas socialistas basadas en el ateísmo debilitan los lazos familiares, disuelven la relación entre padres e hijos y presentan la libertad como una carnada que alejan a los hijos de la influencia de Dios. Así como la rana en una olla se adapta al agua caliente gradualmente hasta morir cocida, las familias de hoy están siendo destruidas poco a poco.

Dios le dijo a Abraham, “Todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente”. Y cuando se estableció la nación de Israel, dijo: “Vosotros seréis un reino de sacerdotes. Cada familia tendrá el rol de sacerdote.” Para cumplir con este llamado de generación a generación, el pueblo de Israel enseñaba la palabra a sus hijos tanto en casa como en el camino, al acostarse y al levantarse. También ataban la palabra en sus muñecas, la llevaban en la frente, y la escribían en los postes de las puertas. Este esfuerzo debe continuar ahora. Cuanto más pequeños son los hijos, mayor es su capacidad de absorber la cultura del mundo. No permitamos que el mundo nos lo arrebate. Eduquémoslos y formémoslos desde pequeños con la palabra, para que el plan de Dios continúe cumpliéndose por medio de nosotros.