Servicio del Día del Señor del 30 de marzo del 2025

Pastor Sung Hyun Kim

“¡Dios aborrece el divorcio!” Al escuchar estas palabras, es posible que algunas personas sientan un peso en sus corazones. Después de todo, ¿quién querría divorciarse por su propia voluntad? Seguramente hay circunstancias difíciles de explicar ante los demás. Aun si se corre el riesgo de ser malinterpretado, puede existir el deseo profundo de proteger a alguien. Lo que sí es claro es que Dios no desea que vivíamos en desesperación o desánimo, sino que anhela que experimentemos vida y paz dentro de Su amor. El hecho de que aborrece el divorcio es una buena noticia incluso para quienes han pasado por el divorcio, porque esa verdad refleja el corazón del Señor que quiso tomarnos como Su novia.

En el libro de Génesis leemos: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne”. A primera vista, este pasaje habla del principio de la creación. Sin embargo, encierra un significado aún más fundamental. El apóstol Pablo revela ese misterio en Efesios: “Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia”. Así es. Desde hace mucho tiempo, Dios conocía el amor y la compasión de Cristo por la iglesia, así como la decisión y el sufrimiento que ese amor implicaría.

“Pero, ¿acaso Moisés no dijo que se podía dar carta de divorcio?” Ciertamente. Pero eso no significa que Dios apruebe el divorcio. De hecho, la palabra “divorcio” en la Biblia no se entiende igual que en la actualidad. En los tiempos bíblicos, e incluso a lo largo de gran parte de la historia humana, no era raro que un hombre maltratara o abandonara a su esposa. Desafortunadamente, incluso entre los israelitas que vivían bajo la Ley, sucedía lo mismo. Entonces, ¿qué ocurriría si la sociedad se negara a reconocer a las mujeres que habían sido rechazadas? Ellas quedarían completamente desprotegidas, sin el respaldo de un esposo ni apoyo social alguno, al punto de que su propia supervivencia estaría en riesgo.

Decidir divorciarse por desacuerdos emocionales o conflictos momentáneos no es la voluntad de Dios. Aun si uno de los cónyuges ha cometido un error grave de fidelidad, Dios no desea que el matrimonio sea tratado con ligereza. Y es que así fue como Él nos amó. Cuando el profeta Oseas, obedeciendo el mandamiento de Dios, tomó por esposa a Gómer, una mujer infiel, y la siguió amando aún después de sus repetidas traiciones, Oseas pudo experimentar en carne propia el dolor del amor de Dios por Israel. Ese mismo dolor es el que Cristo sintió por la iglesia, y ahora también es el dolor que nos corresponde llevar a nosotros.

Antes de pensar en tomar venganza contra un cónyuge infiel, hay algo que debemos comprender: que el pecado que hemos cometido ante Dios es mucho mayor que cualquier ofensa que otro haya cometido contra nosotros. Incluso cuando no éramos conscientes de ello, seguíamos disfrutando de la misericordia del Señor. Y para darnos esa misericordia, Dios tuvo que sufrir mucho. Por más que pensemos que hayamos aguantado, Dios ha soportado muchísimo más por nosotros. Así es. Hemos recibido este amor tan grande, y aún lo seguimos recibiendo. Ahora es el momento de reflejar ese amor a través de nuestras vidas. Que el dolor que llevamos revele el misterio de Cristo.