Servicio del Día del Señor del 20 de octubre del 2024
La avaricia no puede heredar el reino de Dios
(Efesios 5:5)
Pastor Sung Hyun Kim
Así es. No existe nadie que no tenga deseos. Los deseos por sí mismo no son malos; es natural en las personas y sirve como fuerza motriz para su sobrevivencia y crecimiento. Sin embargo, la avaricia es diferente. La avaricia es el deseo malvado de querer obtener lo que no le es permitido de una manera ilegítima. Con frecuencia llega a sacrificar a los demás, y tiene la característica de destruir la paz, la seguridad y la felicidad ya existentes. La avaricia es pecado. Y lo que es aún peor es que decide en buscar y actuar en esa avaricia.
El origen de la avaricia es Satanás. Anteriormente, Satanás era un ser que servía a Dios, pero a partir cierto punto, comenzó a verse así mismo como superior y eventualmente llego a tomar a Dios como objeto de su envidia y celo. Él persiguió la avaricia, conspiró y actuó según sus planes. Una tercera parte de los ángeles en el cielo fueron llevados por su engaño a oponerse a Dios, y ahora fueron expulsados a la tierra, esperando el día de la destrucción. Sin embargo, ellos no se quedan quitos, sino que engañan a las personas para que no puedan ver la gloria de Dios. Especialmente, ellos están obsesionados con destruir la iglesia, trabajando arduamente para hacerlo.
El intento de destruir la iglesia también reside en aquellos que se llaman así mismos, creyentes. Ellos no pecan por accidente, en cambio, deciden deliberadamente en hacerlo. ¿Cómo alguien que pertenece al reino de Dios hacer algo así? Claramente, esto no es posible. “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios.” (1 Juan 3:9). Sus acciones que lastiman la iglesia manifiesta que no pertenecen al reino de Dios y no están bajo el dominio de Cristo. Nosotros ya hemos recibido el reino eterno como herencia, la cual ha comenzado en esta tierra. Por lo tanto, no pongamos más nuestro corazón en las cosas del mundo. Sigamos la voluntad de Dios que administra todo el universo, provee todas las cosas y guía cada vida personalmente. Miremos la felicidad eterna, y sostengamos fielmente la obra que nos ha encargado al estar bajo el dominio de Cristo, con gratitud y paciencia.