Servicio del Día del Señor del 1 de septiembre del 2024

Pastor Sung Hyun Kim

¡No hurtes! Frecuentemente, podemos encontrar estas palabras no solo en el Antiguo Testamento, sino incluso en el Nuevo Testamento. Nadie debería hurtar, esto debe ser aún más evidente en nosotros, que hemos sido nuevo hombre al ser creados con la verdadera justicia y verdadera santidad según la imagen de Dios. Probablemente, muchos pensarán, “Estas palabras de no hurtarás no tienen nada que ver conmigo”. Sin embargo, el hurto no simplemente hace referencia a tomar un objeto. Tomar algo ajeno usando maneras deshonestas para obtener beneficios también es hurto, el apropiarse injustamente del fruto del esfuerzo de la otra persona también es hurto. En realidad, el hurto está inundando el mundo.

Hay algo que es más grave que el hurto: el hurtar en contra de la iglesia. No podemos evitar cometer errores mientras vivimos. Pero hurtar en contra de la iglesia es algo que ni quisiera debemos imaginar. Este acto es volver a crucificar al Hijo de Dios, quien murió en la cruz por nosotros, y manifestar abiertamente un gran desprecio. La iglesia es el cuerpo de Cristo edificado al cargar con el pecado de nuestro viejo ser y morir en la cruz; si nuestro viejo ser vuelve a manifestarse y lastimar Su cuerpo, ¿cómo podemos esperar una nueva oportunidad de arrepentimiento?

En la iglesia de Éfeso había muchos creyentes gentiles, además de los judíos que habían recibido la formación de la Ley. Debido a esto, los hábitos de robo que tenían desde su vida en el mundo también aparecían dentro de la iglesia. Por lo cual, Pablo dijo: “El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad.” (Ef 4:28). No solo debemos abandonar el hurto, sino nos enfatiza que trabajemos diligentemente con nuestras manos, a pesar de lo difícil y agotador que sea, para hacer lo que es bueno, es decir, para apoyar con nuestras riquezas la obra del reino de Dios.

Cuando Dios sacó al pueblo de Israel de Egipto, les dijo que, una vez que entraran en la tierra de Canaán, no debían endurecer su corazón ante los hermanos que tuvieran necesidad y ciertamente debían proveerles ayuda. Esto se debía a que Dios, conforme al pacto hecho con Abraham, iba a hacer de sus descendientes Su pueblo y bendecir a todas las naciones a través de ellos. El pueblo de Israel, siguiendo este mandamiento, ha hecho ofrendas para los santos durante muchos años. Esto continuó durante el ministerio de Jesús en la tierra y también después de Su ascensión en la iglesia primitiva para triunfar en la obra del Evangelio, y hoy en el día sigue en la forma de ofrendas adaptas a las circunstancias de la iglesia.

El hurto que perjudica a la iglesia debe ser abandonado. Todos deben unirse para ayudar a la iglesia con su trabajo. Cuando todos los santos unan sus corazones para hacerlo, el cuerpo de Cristo será edificado de manera saludable. Nuestras ofrendas ante Dios son una especie de confesión de fe que promete que nuestra eterna compañía con Él. Esta vida en la que tenemos que trabajar, en lugar de dedicarla a una vida corta en esta tierra, hagamos que se ofrezca para el reino del Señor y Su obra. Aprovechemos al máximo la única oportunidad que tenemos para servir a Dios con diligencia.