Servicio del Día del Señor del 25 de agosto del 2024
Cristianos que no ponen el sol sobre su enojo
(Efesios 4:26-27)
Pastor Sung Hyun Kim
Esto es cierto, hasta cierto punto. La ira justa es necesaria. Por ejemplo, cuando la iglesia está siendo herida por las malas acciones de los demás, una persona que ama verdaderamente a la iglesia no puede evitar enojarse. Sin embargo, el Señor habla a través de Pablo y dice: “Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo” (Ef 4:26-27). Es verdad. El problema es que, a diferencia de Jesús, el hombre tiene sus limitaciones. Por muy justa que sea la ira, el hombre no tiene la capacidad de mantenerla pura.
La ira egoísta despierta el rencor haciendo que la persona desee tomar venganza. Cuando alguien está en ese estado, puede actuar con maldad hacia la persona y seguir creyendo que es justo hacerlo. El diablo busca a las personas en la iglesia que están en ese estado y aprovecha la oportunidad. Peor aún, ¿qué pasará con aquellos que no solo tienen una ira distorsionada, sino que además mienten, algo que el diablo tanto gusta? Ellos se convertirán en presas del diablo. Por más que intenten justificar sus acciones, se compartan como espías en la iglesia, llevando a cabo acciones que solo benefician al enemigo.
“¡Mía es la venganza!” Esto es algo que solo Dios puede decir. La venganza le pertenece exclusivamente a Él. Este es un principio fundamental que debemos conocer como cristianos. Si tratamos de tomar venganza por nuestra propia cuenta debido a alguna injusticia que hayamos sufrido, estaríamos invadiendo la autoridad exclusiva de Dios. Nosotros no podemos realizar un juicio justo. Solo Dios, que lo sabe todo, puede juzgar con exactitud. En lugar de dejarnos llevar por la ira contra los injustos, esperemos el juicio de Dios. No busquemos tomar venganza con nuestras propias manos, sino dejemos todo en la ira de Dios. En ese temible día de la ira de Dios, confiemos en la maravillosa gracia que Él nos ofrecerá. Mientras tanto, trabajemos en formar en nosotros mimos al hombre nuevo, justo y santo, que Él nos ha dado.