Servicio del Día del Señor del 11 de febrero del 2024
El llamado de Dios: la soberanía inevitable
(Efesios 4:1)
Pastor Sung Hyun Kim
Es natural que una persona quien mantiene una posición tiene que cumplir su rol como corresponde. De la misma manera, cuando un individuo entra en una organización y disfruta de los privilegios que ofrece, es correcto que sostenga las responsabilidades que le consiguen. Si la persona ser rehúsa a esto, le será difícil seguir sosteniendo esa posición y privilegios. Lamentablemente, y un tanto extraño, es que este fenómeno, donde falla en sostener tal principio, en el cual debería sostenerse naturalmente, se ve con frecuencia dentro de la iglesia.
Dios nos ha salvado a quienes estaban muertos y nos ha librado del espíritu que dominaba el mundo. Incluso, nos ha preparado un lugar en el reino de los cielos donde Cristo mora, dándonos la asombrosa posición para que podamos obtener la herencia junto con Cristo. El hecho de que Dios nos ha dado esta gracia tan especial significa que Él tiene una expectativa especial hacia nosotros. Pablo con todo fervor deseo que los creyentes que servía conocieran esta expectativa de Dios y vivieran acorde a ello. Como el Dios Creador los llamo, Pablo deseo que ellos reaccionarán acorde al peso de Su llamado.
En realidad, si Dios tiene un deseo hacia nosotros, es apropiado que le sigamos incondicionalmente. Cuando consideramos que Él es el soberano de todas las cosas y que el juicio final de cada persona será hecho acorde a Su voluntad, no hay manera de refutar. Sin embargo, Dios no impone Su voluntad a la fuerza a las personas, en cambio, llama a cada persona. Esto es porque Dios desea que cada persona use su disposición y siga Su voluntad con gratitud y gozo. Por lo tanto, cuando Pablo estimulo aquellos que debía proteger, no ejerció fuerza unilateralmente, sino que se acercó a ellos como quien les hace una súplica sincera.
Aquellos que escucharon esta exhortación puede que se hayan burlado de Pablo por estar en la cárcel, y otros se hubieran enfurecido porque en parte encontraron desagradable su súplica sincera. Sin embargo, nada de esto fue un problema para Pablo. Lo que más le importaba era que la voluntad de Dios, de guiarlos al reino de los cielos indemne, fuera hecha perfectamente en ellos. Mientas que las personas en ocasiones le desobedecieron y culparan, e incluso si Pablo sufriera dolor de parto, él pensó que tenía que tomar toda la responsabilidad para guiarlos en el camino donde Dios los llamo a caminar.
Dios no solo nos llamó para que recibiéramos la salvación, sino que incluso nos llamó a entrar en la vida santa que debe de tener los que son salvos. El hecho de que nos haya llamado también significa que nos ha escogido. No es que nosotros le hayamos escogido, sino que Él nos ha escogido a nosotros. Por lo tanto, el dominio de nuestra vida ciertamente le pertenece a Él. Dios nos guiará hasta el final en este camino de la nueva vida que estamos caminando. A diferencia de los hombres, Él ciertamente completará la obra que ha comenzado. Por consiguiente, no hay arrepentimiento en Su llamado. No dudemos del llamado de Dios, sino que caminemos hacia delante en el camino nuevo y vivo que Él nos abrió. No menospreciemos el camino que Dios nos guía a través de la iglesia, en cambio, caminemos en este camino con todo corazón.