Servicio del Día del Señor del 16 de abril del 2023

(Mateo 8:1-4)

Pastor Sung Hyun Kim

Cuando Jesús bajó del monte después de enseñar a la multitud, un leproso se acercó a Él. Aquellos que vieron esto estaban aturdidos y enojados. Debido a que los leprosos podían contagiar a otros, debían ser aislados de la sociedad según lo establecido por la Ley. A pesar de esto, el leproso se presentó delante de la gente. Él mismo sabía muy bien cuál era su situación. Sin embargo, su aparición ante Jesús muestra cuan desesperante era su estado y el gran deseo hacia la salvación.

El impacto de la lepra en una persona es semejante al impacto del pecado en una persona. Las personas que tiene lepra no pueden sentir el dolor. Por lo tanto, no se dan cuenta de que se lastimaron el rostro y está sangrando hasta que lo ven con sus propios ojos. Si tienen una espían clavada en la mano, no pueden tomar medidas adecuadas parar tratarla. Además, no sienten ninguna molestia por el hedor de las heridas putrefactas, incluso si las personas de su alrededor se sienten disgustadas. Este aspecto es muy similar al estado espiritual de aquellos que descuidan el pecado y eventualmente pierden la sensibilidad de la conciencia, y más allá no sintiendo ningún remordimiento.

El leproso que se acercó a Jesús sabía exactamente que era pecador y había recibido la maldición por ese pecado. Al mismo tiempo, conocía algo aún más importante: que Jesús era aquel que podía salvarlo del pecado y maldición. Tan pronto vio a Jesús, se postró delante de Él. La cual era una acción que solo se hace ante un dios. Y en lugar de llamar a Jesús ‘Rabí’, lo llamo ‘Señor’, así como un esclavo llama a su amo. Su reverencia hacia Jesús era algo que no se podía encontrar fácilmente en otras personas.

Su fe peculiar no se detuvo aquí. Aunque tenía la certeza de que Jesús era aquel que lo podía limpiar, no pensó que Jesús tenía la obligación de sanarlo. Él no olvido que era una persona miserable que no podía exigir nada al Señor. Él dijo, “Señor, si quieres, puedes limpiarme.” Así es. Si el Señor lo ‘quiere’ puede hacerlo, pero Él no tiene que actuar por el solo hecho de que ‘uno’ lo desee. La actitud que debemos tener ante el Señor no es la de reclamar nuestros derechos como si tratáramos de recuperar algo que nos pertenece, sino depender de Su misericordia con un corazón de arrepentimiento.

El Señor sanó al hombre con lepra. Luego le ordenó que fuera rápidamente a mostrar su cuerpo al sacerdote y presentará la ofrenda que ordenó Moisés como testimonio a las personas. Esto se hizo para que el hombre pudiera cumplir con el procedimiento determinado antes de que se supiera que el Señor lo había sanado, para que pudiera entrar en la comunidad de fe y fuera reconciliado con Dios espiritualmente. Este principio sigue siendo válido hoy en día. El Señor ha terminado con todos los procedimientos legales necesarios para salvarnos, pero no podemos simplemente disfrutar de nuestros derechos sin hacer nada. Debemos aceptar que somos pecadores que no tienen ningún derecho, seguir el procedimiento que es dado y demostrar que hemos sido reconciliados con Dios mediante nuestra vida en la iglesia. Desde el principio somos pecadores que no podemos reclamar ningún derecho. Solo podemos recibir la gracia de Dios por Su misericordia, no porque tengamos el derecho de recibirlo. “Señor, si quieres, puedes limpiarme.” Siempre debemos acercarnos al Señor con esta actitud humilde.