Servicio del Día del Señor del 11 de mayo del 2025

Pastor Sung Hyun Kim

“No provoquéis a ira a vuestros hijos.” Durante largos periodos de la historia de la humanidad, los padres han tratado a sus hijos como si fueran de su propiedad. Esto también ocurría en la sociedad romana durante la época de la iglesia primitiva. En este contexto, el mandamiento de no provocar a ira a los hijos era completamente ajeno a la mentalidad general de la sociedad. Aun así, Dios dio esta palabra para enfatizar a los cristianos que los hijos no son propiedad de los padres, sino de Dios. Cuando los padres consideran a sus hijos como una posesión suya y actúan o hablan de manera imprudente, sin filtrar sus emociones, los hijos pueden resultar heridos en sus corazones, y como consecuencia, el camino de su corazón hacia Dios puede quedar interrumpido.

Cuando los hijos pierden la expresión en el rostro, evitan hablar con sus padres o comienzan a actuar con cautela, esto es una advertencia. Es una señal de que su corazón ha sido herido, una evidencia de que el amor no está llegando a ellos. Las causas que provocan ira en los hijos muchas veces están más cerca de lo que pensamos: la protección y la intervención excesivas, un tono de voz que no respeta su dignidad, la comparación y el favoritismo, la presión centrada en los logros, la crianza sin elogios, el reproche cargado de emoción e incluso el menosprecio de su valor como persona. Todas estas cosas se acumulan en el corazón de los hijos y generan una ira profunda. Esa ira, más que expresarse con palabras, se manifiesta frecuentemente como desesperanza y distanciamiento, y termina convirtiéndose en temor y desconfianza hacia Dios.

Sin embargo, Dios no se limitó a decir que no provocáramos a ira a nuestros hijos; también nos abrió un nuevo camino: “Criadlos en disciplina y amonestación del Señor.” La disciplina se refiere a la corrección mediante la sanción. No es un medio para castigar a los hijos, sino un acto de amor que busca corregir sus errores y guiarlos por el camino correcto. La amonestación es la enseñanza por medio de las palabras. Pero no se trata únicamente de lógica o reproches, sino de una herramienta que guía a los hijos con una personalidad semejante a la de Dios. Los hijos están atravesando tiempos difíciles. En medio de esta realidad, las palabras de los padres no deben ser como un cuchillo afilado, sino una guía cálida y un aliento que ayude a abrir sus corazones y levantarse nuevamente.

Si los padres educan a sus hijos conforme a los métodos de este mundo y no según a los de Dios, los hijos terminarán malinterpretando a Dios por causa de las palabras y acciones de sus padres. Comentarios como: “En esos casos, hazte el desentendido.” o “Los otros niños no lo hacen, ¿por qué tú tienes que ser diferente?”, aunque se digan intencionalmente, pueden convertirse en principios de vida que lleguen a dominar a sus hijos durante toda su vida. Lo que los hijos necesitan recibir de sus padres no son este tipo de mensajes, sino la corrección y enseñanza que se alinean con la voluntad de Señor. Por eso la Biblia lo declara con claridad: debemos criarlos según la disciplina y la amonestación del Señor. Este es el camino que conduce a los hijos a vivir una vida conectada con la gloria de Dios.

Puede que sintamos dolor por el remordimiento de no haber criado a nuestros hijos conforme a la voluntad de Dios. Sin embargo, en lugar de pensar: “Ya es cosa del pasado, mejor dejar de pensar en eso” e intentar ignorar las heridas que nosotros mismos causamos, debemos vivir con un corazón de arrepentimiento durante toda nuestra vida. Incluso ahora, desde este mismo momento, esforcémonos por ser la mano de Dios para nuestros hijos y para todas las personas a quienes Él nos ha encomendado amar. Aunque sintamos que ya es demasiado tarde, todavía hay cosas que podemos hacer. Nuestro arrepentimiento, nuestro esfuerzo por cambiar, y una actitud honesta y coherente aún pueden alcanzar el corazón de alguien. Dios se agradará de ello y lo usará para una obra hermosa.