Mas a la caída del sol sobrecogió el sueño a Abram, y he aquí que el temor de una grande oscuridad cayó sobre él. Entonces Jehová dijo a Abram: Ten por cierto que tu descendencia morará en tierra ajena, y será esclava allí, y será oprimida cuatrocientos años. Mas también a la nación a la cual servirán, juzgaré yo; y después de esto saldrán con gran riqueza. Y tú vendrás a tus padres en paz, y serás sepultado en buena vejez. Y en la cuarta generación volverán acá; porque aún no ha llegado a su colmo la maldad del amorreo hasta aquí. Y sucedió que puesto el sol, y ya oscurecido, se veía un horno humeando, y una antorcha de fuego que pasaba por entre los animales divididos. En aquel día hizo Jehová un pacto con Abram, diciendo: A tu descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Éufrates; la tierra de los ceneos, los cenezeos, los cadmoneos, los heteos, los ferezeos, los refaítas, los amorreos, los cananeos, los gergeseos y los jebuseos. (Génesis 15:12-21)

Cuando Dios hizo un pacto con Abraham, él preguntó: “¿Cómo sabré que me darás esta tierra?” Entonces Dios le mandó partir los animales en dos y así estableció un pacto. Luego, Dios le dijo: “Tu descendencia morará en tierra ajena, y será esclava allí, y será oprimida cuatrocientos años. Mas también a la nación a la cual servirán, juzgaré yo; y después de esto saldrán con gran riqueza”. Así, Dios le prometió que saldrían de aquella tierra. Dios estaba con ellos como Su pueblo bendecido, y aun así, fueron extranjeros en una tierra extraña y sufrieron por cuatrocientos años. Es extraño, ¿verdad? Se suponía que Dios estaba con ellos. Cuando fueron afligidos en esa tierra, probablemente los israelitas pensaron que Dios los había abandonado. No fue solo uno o dos años, sino cuatrocientos años sintiéndose como si Dios no estuviera con ellos. Como Dios no se manifestó durante esos cuatrocientos años, pensaron que Él los había dejado. Sin embargo, nunca debemos dudar de las promesas de Dios. Aunque sintamos que Dios nos ha abandonado, Su palabra ciertamente se cumplirá. Está escrito que Dios no es hijo de hombre para que se arrepienta, sino que hará lo que ha dicho. Entonces, ¿qué es la fe? Es creer en la palabra de Dios. ¿Por qué las personas no pueden creer? Si Dios ha hablado, solo debemos creer que Sus palabras se cumplirán. 

Así, aunque el pueblo de Israel fue afligido y probablemente quiso clamar: “¿Dios, realmente nos has abandonado?”, la promesa de Dios seguía en pie y se estaba cumpliendo. Entonces, podríamos preguntarnos por qué Dios permitió que sufrieran tanto tiempo. Desde la perspectiva limitada del hombre, parecería que Dios los dejó sufrir. Sin embargo, desde la perspectiva a largo plazo, Dios lo hizo porque era lo mejor para ellos. Si el pueblo de Israel, los descendientes de Abraham, se hubiera quedado en la tierra de Canaán, en la región de Palestina, les habría sido difícil convertirse en una gran nación. Esa región ha sido siempre un punto de conflicto entre muchas naciones que buscan conquistarla. Es un lugar estratégico que conecta Europa, Asia y África, rodeado de tierras altas al este y desiertos al sur y al norte, lo que lo convierte en un paso muy estrecho. Su entorno natural es fértil y abundante, y al estar junto al mar, está expuesto a invasiones constantes de diversas naciones, lo que provoca guerras sin fin. Por lo tanto, habría sido difícil para la familia de Abraham, que era pequeña en número, sobrevivir y establecerse allí. Necesitaban multiplicarse rápidamente para convertirse en una gran nación, pero incluso después de cuatrocientos años, dadas las duras condiciones de la región, probablemente solo habrían sido unos pocos cientos en número. 

Por esta razón, Dios los llevó a Egipto para que estuvieran bajo la protección de la nación más poderosa del mundo en ese tiempo. Aunque más adelante sufrieron dificultades, al principio no fueron tratados con dureza. Fueron bien cuidados y la seguridad pública estaba garantizada por los egipcios. Además, no tenían que cumplir ninguna obligación ni deber como pueblo en Egipto, sino que simplemente se multiplicaban en número. Sin embargo, cuando se volvieron muchos en número, el rey de Egipto ideó un plan que los atormentaría más adelante. Hasta ese momento, vivieron bajo la protección de Egipto. Y Egipto era la mayor civilización de la época, lo que significaba que los israelitas fueron educados con el conocimiento y las habilidades más avanzadas. Más adelante, cuando los egipcios los afligieron con trabajos forzados, no fue cualquier tipo de labor, sino la construcción de las pirámides. Ese trabajo requería los más altos conocimientos matemáticos del mundo, como la geometría, y los mejores ingenieros eran los judíos, el pueblo de Israel. Hoy en día, al ver las pirámides, nos preguntamos cómo pudieron construirlas. Pero los hábiles constructores de esas grandes pirámides fueron los israelitas. En otras palabras, en Egipto recibieron la mejor formación que existía. 

Dios no solo convirtió a este pueblo en una gran nación, sino que primero los dotó de sabiduría y conocimiento excepcionales para que, cuando se convirtieran en una nación poderosa, no fueran inferiores a ninguna otra y tuvieran la capacidad de sobrevivir en cualquier lugar. Luego, Dios los sacó de allí, unos cuatrocientos años después. Dios había hablado de esto con anticipación y cumplió Su palabra. Esto no es un cuento inventado, sino historia real. Lo que parece tan asombroso realmente sucedió. Precisamente porque es algo increíble, algunos piensan que es una invención o una simple leyenda. Sin embargo, lo que Dios hizo en el pasado también ha ocurrido ante nuestros propios ojos. Hace aproximadamente cincuenta años, sucedieron en la historia moderna eventos extraordinarios, comparables al Éxodo. Esta nación, que había perdido su tierra y su idioma, se reunió en un solo lugar para restaurar su país. En 1948, hace unos sesenta o setenta años, Israel fue restaurado. El pueblo de Israel, que había estado disperso por todo el mundo durante casi dos mil años, se reunió según la promesa de Dios escrita en el libro de Ezequiel: “Os tomaré de las naciones, y os recogeré de todas las tierras, y os traeré a vuestro país”. 

Pero habían perdido su idioma. Entonces, para recuperar su lengua perdida, comenzaron a usar nuevamente el hebreo. ¿Cómo es eso posible? ¿Recuperar un idioma perdido y volver a usarlo? ¿Enseñarlo a los niños desde la infancia? Sin embargo, ahora usan el hebreo. Han recuperado un idioma que estaba perdido y lo están utilizando. Han sucedido hechos tan misteriosos y maravillosos que tal vez ahora no les demos la importancia que merecen. Algunos especulan que fueron el Reino Unido y los Estados Unidos los que hicieron que esto sucediera. Sí, Dios obra de maneras sorprendentes, movilizando a diversas naciones y utilizando los poderes políticos del mundo para que, aunque parezca que fueron estos países los que lo hicieron, en realidad fue Dios quien lo llevó a cabo. Así es como ocurrieron estos hechos. Del mismo modo, Israel salió de Egipto después de cuatrocientos treinta años. Y ese evento se convirtió en una profecía de lo que sucedería en el futuro. Cuando Dios dijo: “Sacaré a mi pueblo de Egipto”, esto se convirtió en una parábola y una sombra, un modelo de la obra de Dios que sigue cumpliéndose. 

Cuando observamos a un solo hombre, Moisés, vemos que él también fue librado de Egipto. Su nombre significa “sacado de las aguas”. La tierra de Canaán no fue simplemente dado al pueblo de Israel, sino que, por el contrario, primero fueron librados de una tierra donde eran esclavos y afligidos, y luego fueron llevados a la tierra prometida. Incluso Moisés, quien pudo haber muerto en el agua, fue rescatado y utilizado por Dios; de la misma manera, el pueblo de Israel fue sacado de Egipto tal como Dios dijo: “Sacaré a mi pueblo de Egipto”. De manera similar, Jesucristo, el Hijo de Dios, huyó a Egipto para escapar del peligro que amenazaba Su vida, un valle de sombra de muerte, y de allí fue llevado a Nazaret, donde creció. Para nosotros, que creemos en Jesús, también hubo un éxodo espiritual: antes estábamos en Egipto, en el mundo, pero fuimos sacados de allí, y Dios nos está guiando hacia la tierra prometida, el reino de los cielos. Por lo tanto, todos hemos sido librados; no hay ni una sola persona que no haya sido sacado. Todos hemos salido de Egipto. Fuimos librados de las aguas. El primer hombre, Adán, fue creado en el cielo, pero fue enviado a este mundo, al agua, que es como Egipto, y cuando llegó el momento, fue sacado de allí. Y será llevado de nuevo. Todos hemos sido rescatados. Por eso, hemos recibido gracia. De todos los que están entrando en la tierra prometida de Dios, no hay ninguno que no haya recibido gracia. Todos hemos recibido gracia. 

A menudo decimos que recibimos gracia después de un avivamiento de la iglesia, pero la gracia no es algo que recibimos repetidamente. ¿Por qué la gente sigue diciendo: “Recibí gracia. Recibamos gracia”? ¿Significa eso que antes no habíamos recibido gracia? ¿O acaso intentamos recibirla poco a poco hasta alcanzar el 100% cuando lleguemos al cielo? Claro que no. Ya hemos recibido la gracia. No hay ninguno de nosotros que no haya recibido gracia. ¿O acaso significa que la gracia que recibimos de Jesucristo no es suficiente? Tampoco es cierto. Ya hemos recibido gracia. Y no estamos luchando por recibir más y más gracia, porque ya la hemos recibido. Entonces, ¿por qué seguimos enfatizando: “¡Reciban gracia! ¡Reciban gracia!”? Para ser precisos, significa comprender profundamente cuán grande es la gracia que ya hemos recibido. Por eso decimos que necesitamos recibir gracia. No es que la gracia nos sea dada solo en el avivamiento de la iglesia. Ya recibí gracia. ¿Esa gracia es insuficiente? ¿Es tan insuficiente que necesita ser recargada y completada? No lo es. Hemos recibido la gracia perfecta. Como la recibí una vez, me es suficiente. Entonces, ¿por qué seguimos buscando recibir gracia en el avivamiento de la iglesia y en cada culto? Porque somos necios. Seguimos olvidando la gracia que recibimos y necesitamos recordarla constantemente. No es que Dios tenga que darnos gracia una y otra vez. Es en ese sentido que decimos que recibimos gracia. 

Los que son verdaderamente firmes pueden mantener durante toda su vida la gracia que recibieron cuando creyeron en Jesús y recibieron al Espíritu Santo, sin necesidad de un avivamiento de la iglesia o de alguna otra ocasión. ¡Cuánto agradaría esto a Dios! Se dice que Dios se complace en aquellos cuyo corazón es firme. Dios no nos dio al Espíritu Santo para darnos gracia una y otra vez, día tras día. ¿Qué dice la Escritura acerca de por qué Dios nos da al Espíritu Santo? Veamos 1 Corintios, capítulo 2, versículo 12: “Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido”. Hemos recibido al Espíritu Santo. No hemos recibido demonios ni espíritus engañadores, sino al Espíritu Santo. ¿Por qué? Para que sepamos las cosas que nos han sido dadas por gracia por Dios. Ya hemos recibido gracia. Y eso es lo que Él nos recuerda constantemente. Jesús dijo: “Cuando venga el Espíritu Santo, os recordará todo lo que os he dicho. Os guiará a toda la verdad”. Es decir, nos llevará a lo profundo de la gracia de Dios. 

Por lo tanto, cuanto más lleno del Espíritu Santo está una persona, más gracia se dice que ha recibido. ¿Por qué? Porque comprende más profundamente la gracia. Entonces, ¿quién es lleno del Espíritu Santo? ¿Quién ha recibido más gracia? Es lo mismo que preguntar: “¿Quién conoce mejor la gracia de Dios?” Aquel que conoce cuán pecador es, es quien conocerá más la gracia de Dios. Por eso está escrito: “Donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia”. La llenura del Espíritu Santo se manifiesta donde hay arrepentimiento. No está presente donde no hay pecado y donde alguien se siente orgulloso de sí mismo. Más bien, cuando una persona reconoce qué tan pecadora es, en ese momento comprende la gracia que ha recibido y así es llena del Espíritu Santo. Ese mismo proceso es, en realidad, la obra del Espíritu Santo. Pero cuando comenzamos a olvidar cuán pecadores somos, es cuando surge la duda. Y toda duda es arrogancia. Es porque no conoce que pecador es. 

Por lo tanto, peleamos con la victoria en nuestras manos. Aunque confesamos que somos pecadores, lo hacemos basándonos en el hecho de que ya hemos recibido gracia. Debemos reflexionar sobre qué clase de pecadores somos. Y hemos recibido una gracia tan grande. ¡Qué maravilloso! Esa es nuestro gozo. Nuestro gozo no proviene de ninguna otra parte, sino del hecho de que el nombre de Jesús nos ha sido dado. No lo recibimos recién ahora; lo recibimos hace mucho tiempo, y sin embargo, cuanto más pensamos en ello, más nos llena de gozo. No estamos felices porque algo nuevo haya sucedido, sino porque aquello que ya hemos recibido es nuestro gozo, y ese gozo debe permanecer. La gratitud, el gozo y la felicidad deben rebosar en nosotros cada vez que recordamos y meditamos en la gracia que hemos recibido y en el Espíritu Santo que ha venido a nosotros. 

Ese gozo es un gozo que no cambia. De lo contrario, si nuestro gozo proviene de algo como aprobar un examen de certificación, ese gozo desaparecerá con el tiempo. Me pongo nervioso cuando escucho ciertos testimonios de las personas. Recientemente, alguien me envió una carta con su testimonio. Había subido una montaña de aproximadamente 4000 metros de altura, donde la cima no es muy visible. La cima de la montaña siempre está cubierta de nubes, por lo que es difícil verla. Y esta persona subió la montaña y, como era de esperarse, la cima estaba cubierta. Entonces oró a Dios: “Por favor, permíteme ver la cima de la montaña”, y aparentemente, las nubes se despejaron y pudo tomar una foto. Y escribió en la carta: “Nuestro Dios ciertamente está vivo y verdaderamente nos ama”. Eso es maravilloso y quiero felicitarlo. Pero, al mismo tiempo, me preocupa. ¿Qué pasará si la próxima vez que suba a la montaña las nubes no se despejan? ¿Significaría eso que Dios ya no está con él? Este testimonio puede ser útil para esta persona en su nivel de fe, y tal vez Dios hizo esto para fortalecerlo. Sin embargo, no debería alentarse ni difundirse ampliamente, porque tiene sus limitaciones. Hay muchos otros que son más maduros en la fe, y este tipo de testimonio podría causar confusión, haciéndolos sentir como si Dios no estuviera con ellos. Por esa razón, corte una parte antes de publicarlo en el blog. 

Nosotros, que ya hemos recibido gracia, debemos estar continuamente llenos de gozo al comprender cada vez más esa gracia. No estamos intentando recibir algo nuevo cada día que antes no hubiéramos recibido. Para que esto sea posible, debemos entender que hemos sido librados y reconocer el pecado en el que solíamos vivir. Mientras he estado haciendo la obra del Señor, ha habido muchos momentos difíciles. Hubo tiempos de angustia e incluso ocasiones en las que sentí ganas de rendirme. Sin embargo, si no hubiera comprendido qué clase de pecador era y cuán grave era mi situación, probablemente habría terminado de dos maneras: o me habría rendido o me habría vuelto arrogante. Pero en cada uno de esos momentos, recordé quién era en el pasado. Hubo un tiempo en el que, sin saberlo realmente, decía con mis propios labios que estaba maldito. Había perdido toda esperanza, me sentía perdido, desesperado y miserable, al punto de decir que mi vida misma era un infierno y que, si el cielo y el infierno existían, yo sin duda iría al infierno. Recuerdo que esa vida era mi verdadera condición, y aunque ahora pueda haber momentos en los que me sienta incomodo o infeliz por ciertas cosas, siempre comparo mi presente con mi pasado. Y al mirar atrás, solo siento gratitud. Si me comparara con otras personas, podría sentir ansiedad o frustración. Sin embargo, cuando me comparo con mi viejo yo, con aquel ser maldito que fui, lo que más me llena es la gratitud. No he perdido nada. Si me comparo con otros, podría sentir que me falta algo o que nunca es suficiente. Pero en comparación con mi viejo yo, en realidad, he ganado muchísimo. 

Por eso, siempre vuelvo a recordar aquel tiempo. Debemos recordar que fuimos rescatados de un pantano. Hay una película coreana titulada Mi hija fue rescatada de un pantano. Debemos estar siempre llenos de gratitud y gozo al recordar que fuimos librados del pantano. ¿Cuáles son las dos características de aquellos que han recibido gracia? La gratitud y el gozo. ¿Y cuáles son las características de aquellos que no han recibido gracia? La queja, la molestia y el temor. Pero cuando reciben gracia, esas cosas desaparecen porque están agradecidos. Por lo tanto, cuanta más gracia recibe una persona, más puede perdonar y ser paciente. Oremos y pidamos: “Señor, ayuda a mi espíritu a estar siempre lleno de gracia.” 

Gracias, Padre Dios, por rescatarnos del pantano. Ayúdanos a ser llenos del Espíritu Santo para comprender cada día más y más profundamente la gracia que hemos recibido, de modo que nuestros corazones rebosen siempre de gratitud y gozo. Hemos orado en el nombre de Jesús. Amén. 

Prédica del Pastor Ki Taek Lee
Director del Centro Misión Sungrak