La fe y la justicia
Después de estas cosas vino la palabra de Jehová a Abram en visión, diciendo: No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande. Y respondió Abram: Señor Jehová, ¿qué me darás, siendo así que ando sin hijo, y el mayordomo de mi casa es ese damasceno Eliezer? Dijo también Abram: Mira que no me has dado prole, y he aquí que será mi heredero un esclavo nacido en mi casa. Luego vino a él palabra de Jehová, diciendo: No te heredará este, sino un hijo tuyo será el que te heredará. Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia. Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia. (Génesis 15:1-6)
Nuestro Dios es Aquel que dio inicio todas las cosas. Por lo tanto, Él es quien traerá el fin de todas las cosas y quien las juzgará y recompensará. Por esta razón, es importante que todos seamos aquellos con quienes Dios se agrada. De lo contrario, no tendremos vida. Acerca de Jesús, Dios dijo: “Él es en quien tengo mi complacencia.” De la misma manera, todos debemos ser aquellos en quienes Dios se complace. Para ser complacencia de Dios, debemos cumplir con Sus estándares. Entonces, ¿cuál es ese estándar? Es la justicia. La justicia de Dios. Sin embargo, ese estándar es tan alto que, por más que una persona lo intente y se esfuerce en diciplinarse, no podrá alcanzarlo. Los fariseos eran considerados los más distinguidos entre los hombres, los más rigurosamente entrenados del mundo. Sin embargo, ni siquiera ellos alcanzaron el estándar de Dios. En cambio, Dios les dijo a aquellos que se sentían satisfechos de sí mismos: “¡Ay de vosotros!” Y al resto les dijo: “Si vuestra justicia no fuere mayor que la de ellos, no entraréis en el reino de los cielos.” Estas palabras demuestran que, por sus propios medios, el hombre nunca podrá agradar a Dios.
No importa cuán bien se comporte una persona delante de Dios, eso no lo complace. Pero la gente se equivoca al pensar que si tienen celo, Dios se complacerá, y si no tienen celo, Dios no se complacerá. Sin embargo, es imposible agradar a Dios, sin importar cuánto esfuerzo uno ponga. “Eso no puede ser cierto. Mientras tenga celo, Dios seguramente se agradará.” No, en absoluto. Si está fuera de Jesús, entonces, aunque se esfuerce con sus fuerzas y cumpla la ley de Dios, no podrá agradar a Dios. Es imposible. Aun así, la gente piensa dentro de sí misma: “Bueno, estoy seguro de que Dios será complacido si me esfuerzo mucho.” Sin embargo, Dios no se agrada de su celo. Dios se complace porque está en Jesús, confiando y obedeciendo Su palabra. No es porque haya alcanzado cierto nivel que Dios se complace de usted. Esta es la diferencia entre una vida religiosa y una vida de fe.
Necesitamos ser considerados justos por Dios. Pero, ¿qué es la justicia? Estamos estudiando el libro de Génesis para confirmar cuál es el ADN de nuestra fe. Sabemos que todas las promesas que Dios hizo a Abraham nos han sido dadas, por lo que estamos tratando de verificar qué fue lo que Dios le dio a Abraham.
Dios había prometido a Abraham grandes posesiones, las cuales heredaría su descendiente. No solo eso, sino que desde el principio, Dios le dijo que sus descendientes serían tan numerosos como las estrellas del cielo. Sin embargo, Abraham sabía que no tenía hijo. Por lo tanto, pensó que la palabra de Dios se cumpliría a través de Eliezer de Damasco, quien nació como siervo en su casa, se convertiría en su heredero y recibiría toda la herencia.
Sin embargo, Dios dijo que eso no sucedería. En cambio, le prometió: “Aquel que saldrá de tu cuerpo será tu heredero.” Una vez más, le aseguró: “Tus descendientes serán tan numerosos como las estrellas del cielo y como el polvo de la tierra.” Entonces, ¿cómo podía Abraham creer eso? Tenía casi 80 años y apenas le quedaban fuerzas, pero más importante aún, su esposa ya había pasado la edad de concebir hijos. Aunque la promesa parecía poco confiable dadas sus circunstancias, Abraham no se fijó en su condición, sino que creyó que la promesa de Dios se cumpliría sin duda alguna. Y Dios tomó su fe como justicia. Dios se agradó de su fe. Dios le dio a su fe una calificación de 10 sobre 10. Eso es fe.
¿Qué es la fe? No es por méritos ni esfuerzos propios que Dios aprueba la fe de alguien. Más bien, cuando una persona confiesa que no tiene fuerzas, que su situación y circunstancias no lo permiten, que no tiene nada con qué agradar a Dios, y aun así cree que la palabra prometida por Dios se cumplirá porque salió de Su boca, esa fe es considerada justa. La fe que confía en la palabra de Dios es considerada justicia. Abraham no estaba en una situación que le permitiera creer en la palabra de Dios, ni tenía prueba alguna de que se cumpliría. Sin embargo, creyó. Y Dios tomó eso por justicia.
¿Qué es la fe que agrada a Dios? Si hubiera hecho algo y recibido dinero por ello, eso no sería un regalo, sino una remuneración. De hecho, es más bien un salario, un pago. Es una recompensa por lo que hizo. Sin embargo, sin haber hecho ningún trabajo, se presenta con confianza esperando recibir algo. Los demás lo considerarían como una actitud descarada. Pero Dios lo considera como justicia. Cuando tiene esa fe audaz, la fe de recibir algo aun sin merecerlo, Dios lo considerara como justicia.
Cuando una mujer se acercó a Jesús pidiéndole que sanara a su hija, Él le dijo: “No está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perrillos.” Ella no tenía ningún derecho. Sin embargo, aunque no lo merecía, la mujer estaba decidida a recibir ayuda y respondió con valentía: “Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.” Allí, Dios vio su fe. Dios había prometido desde hace mucho tiempo que Su gracia no sería solo para los descendientes de Abraham, sino también para los gentiles. Por lo tanto, la fe y la esperanza de esta mujer no provenían de su propia convicción, sino de la palabra que Dios había prometido. Así que cuando ella pidió a Jesús, a pesar de no merecerlo, Jesús no la ignoró, sino que considero esto como fe y sanó a su hija.
De la misma manera, cuando las circunstancias de Abraham no le permitían tener un hijo propio ni que sus descendientes fueran tan numerosos como las estrellas del cielo, él no se desesperó por sus circunstancias, sino que confió en la palabra de Dios y la persiguió hasta el final. Dios tomó su fe como justicia. Esa es exactamente la fe que debemos tener. Cuando tenemos esa fe, Dios se agrada, nos da vida y gloria. Por lo tanto, la persona con tal fe es verdaderamente una persona bendecida. ¿Qué tipo de persona dice la Biblia que es bienaventurada? No dice que es bienaventurado aquel que no hace nada malo o que no peca. Más bien, está escrito que la persona que ha cometido errores es bienaventurada. Si la persona intenta cargar la paga de sus propios pecados, será maldita. Pero si recibe el perdón de sus pecados, será bienaventurada. En otras palabras, cuando un pecador es perdonado de sus pecados, ese es un hombre bendecido.
La fe como esta era lo que Dios esperaba de Abraham y lo que Abraham realmente tuvo. Del mismo modo, nosotros, que tenemos la fe de Abraham y creemos en Dios, quien resucitó a Jesucristo de entre los muertos, también somos justificados. Nuestro Dios, quien levantó a Jesús de entre los muertos, prometió a Abraham desde el principio que, aunque somos pecadores e indignos, no es por nuestra propia justicia o fuerza, sino por nuestra fe en la palabra de Dios que somos hechos justos.
Algunas personas sienten que Dios no los ama y que los ha abandonado. Pero están diciendo eso basándose en sus circunstancias y condiciones. Sin embargo, Dios dijo claramente: “Yo estaré con vosotros por la eternidad.” Y dijo que al darnos a Su Hijo fue la manifestación de Su amor derramado sobre nosotros, y que ese amor es eterno. Aun así, cuando las personas atraviesan circunstancias difíciles, comienzan a dudar: “¿Realmente existe Dios? ¿Está conmigo?” Pero como es difícil dudar de Dios, dudan de sí mismos: “¿Acaso Dios no me ama porque hice algo mal?” Sin embargo, Dios dijo con certeza que, a pesar de nuestras faltas, si nos acercamos a Él con atrevimiento y creemos que Su promesa se cumplirá en nosotros, Dios considerará esa fe como justicia.
Por eso necesitamos ser audaces con nuestra fe. Si una persona piensa que Dios no lo ama porque no ha estado orando últimamente, lo que debe hacer es arrepentirse. Arrepentirse. No solo arrepentirse de no haber orado, sino de un pecado aún mayor. Debe arrepentirse de su incredulidad, que resultó de no orar. El hecho de que se haya preocupado de que Dios pudiera no amarlo o abandonarlo porque no oró, en otras palabras, su incredulidad que surgió de esto, es un pecado aún peor. Por lo tanto, necesita arrepentirse de eso.
En cierto modo, nuestra fe es sencilla. ¿No es demasiado fácil? Sí, es muy fácil. Pero, al mismo tiempo, es muy difícil. ¿Por qué? Porque las personas intentan constantemente mostrar su propia justicia. Sus propios valores y juicios se convierten en una ley; su propia conciencia se convierte en una ley, y terminan siendo condenados por su propia conciencia. Por lo tanto, cualquiera que viva según su conciencia está bajo maldición y no puede agradar a Dios. Una persona así no puede llevar una vida de fe. Necesitamos ser resistentes en cuanto a nuestra conciencia y confiar plenamente en la promesa de Dios.
El diablo nos tienta a través de nuestra conciencia diciendo: “¿Cómo alguien como tú puede ser una bendición? ¿Cómo puedes ser una bendición para los demás?” Y es cierto, no hay nada que destaque en mí. Sin embargo, creo que la promesa que Dios ya hizo con Abraham me ha sido dada a mí a través de Jesucristo. Dios no se me apareció hace mucho tiempo para hacerme una promesa directamente. Pero Dios ha mostrado que la promesa que hizo a Abraham se cumplirá en todos los que creen en Jesús. Así que creo que en Jesús, esa promesa también se cumplirá en mí. Dios nunca vino a mí y me dijo al oído en coreano: “Te bendeciré.” Sin embargo, al comprender la Imagen de la Voluntad de Dios, estoy seguro de que tengo esta bendición en Jesús.
Para cualquiera que crea esto, la palabra de Dios obrara en ella. La palabra es activa, lo que significa que si tiene la palabra, verá la palabra obrando. Sin embargo, muchas personas no pueden creer esto y terminan abandonando la palabra. Antes de que la palabra tenga siquiera la oportunidad de hacer algo, la desechan. Si se sembró una semilla, necesita dejarla crecer. Pero muchas personas la sacan del suelo para ver si las raíces están intactas y creciendo bien y luego la vuelven a plantar. Y cuando la planta finalmente se recupera, brota y comienza a crecer, la vuelven a sacar para revisar las raíces y la vuelven a plantar. Como siguen haciendo eso, la semilla no puede crecer correctamente, aunque Dios está obrando. Por lo tanto, por muy indigno que sea alguien, si tiene esta fe, esta justicia que agrada a Dios, puede convertirse en una fuente de bendición. Es algo seguro para todos. Esta promesa no está limitada a una persona en particular, sino que se concede a todos los que creen. ¿No es esto un motivo de gozo? ¿No estamos agradecidos de poder recibir esto sin tener que mortificarnos? Por eso nuestra vida de fe puede estar llena de gratitud y amor por Dios.
Todo esto se resume en Romanos, capítulo 4. Leamos juntos antes de orar. Leamos Romanos, capítulo 4, desde el versículo 1. Leamos todos juntos.
“¿Qué, pues, diremos que halló Abraham, nuestro padre según la carne? Porque si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse, pero no para con Dios. Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia. Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia. Como también David habla de la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras, diciendo: Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, Y cuyos pecados son cubiertos. Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado.
¿Es, pues, esta bienaventuranza solamente para los de la circuncisión, o también para los de la incircuncisión? Porque decimos que a Abraham le fue contada la fe por justicia. ¿Cómo, pues, le fue contada? ¿Estando en la circuncisión, o en la incircuncisión? No en la circuncisión, sino en la incircuncisión. Y recibió la circuncisión como señal, como sello de la justicia de la fe que tuvo estando aún incircunciso; para que fuese padre de todos los creyentes no circuncidados, a fin de que también a ellos la fe les sea contada por justicia; y padre de la circuncisión, para los que no solamente son de la circuncisión, sino que también siguen las pisadas de la fe que tuvo nuestro padre Abraham antes de ser circuncidado.
Porque no por la ley fue dada a Abraham o a su descendencia la promesa de que sería heredero del mundo, sino por la justicia de la fe. Porque si los que son de la ley son los herederos, vana resulta la fe, y anulada la promesa. Pues la ley produce ira; pero donde no hay ley, tampoco hay transgresión.
Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda su descendencia; no solamente para la que es de la ley, sino también para la que es de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros (como está escrito: Te he puesto por padre de muchas gentes) delante de Dios, a quien creyó, el cual da vida a los muertos, y llama las cosas que no son, como si fuesen. Él creyó en esperanza contra esperanza, para llegar a ser padre de muchas gentes, conforme a lo que se le había dicho: Así será tu descendencia. Y no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto (siendo de casi cien años), o la esterilidad de la matriz de Sara. Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido; por lo cual también su fe le fue contada por justicia. Y no solamente con respecto a él se escribió que le fue contada, sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser contada, esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación.” Amén.
No olvidemos la gracia que nuestro Dios nos ha dado para hacernos justos a todos y oremos: “Señor, ayúdame a ser hallado justo ante Tus ojos y agradarte.”
Padre Dios, gracias por darnos el nombre de Jesús y justificarnos para que seamos una fuente de bendición. Aunque siempre somos débiles, ayúdanos a no vivir confiando en nuestra conciencia o en nuestras emociones, sino a ser verdaderos descendientes de la fe de Abraham, confiando y dependiendo de la palabra de Dios. Te damos gracias y hemos orado en el nombre de Jesús. Amén.
Prédica del Pastor Ki Taek Lee
Director del Centro Misión Sungrak

