Servicio del Día del Señor del 14 de septiembre del 2025

Pastor Sung Hyun Kim

“¿El evangelio no apareció por primera vez en la era del Nuevo Testamento? ¿Que el Antiguo Testamento está lleno de referencias al evangelio? Qué extraño. Entonces, ¿por qué los fariseos y los escribas no pudieron aceptar el evangelio? ¿Acaso ellos no eran personas que conocían muy bien el Antiguo Testamento? Si es cierto que el Antiguo Testamento explicaba acerca del Mesías que habría de venir, ¿por qué no pudieron reconocer a Jesús como el Mesías, aun cuando estaba delante de sus propios ojos? ¿Será entonces que el Antiguo Testamento está muy distante del evangelio? Si ese fuera el caso, creo que no debería leer mucho el Antiguo Testamento, porque podría convertirse en un obstáculo para comprender el evangelio.” 

Antes de responder a estas preguntas, hay un asunto que debemos considerar primero. ¿Realmente los fariseos y los escribas conocían tan bien el Antiguo Testamento? ¿Se acercaban ellos a la Palabra con un corazón verdadero? En realidad, lo que ellos consideraban verdaderamente importante no era, estrictamente hablando, las Escrituras mismas, sino las tradiciones de los rabinos. Las numerosas reglas que se esforzaban por guardar día tras día, que enseñaban a otros y que usaban como criterio para juzgar y controlar a las personas, no provenían directamente de las Escrituras. Más bien, eran doctrinas que ellos habían creado tomando ciertos pasajes de las Escrituras y dándoles interpretaciones arbitrarias. El Señor las llamó ‘tradiciones de los hombres’ y las reprendió.

Las tradiciones de los hombres, como su nombre lo indica, no provienen de Dios. Por lo tanto, no puede haber evangelio en ellas. Así que no es de extrañar que, cuando los fariseos y los escribas se encontraron con el hombre llamado Jesús, en lugar de sentir cercanía hacia Él, lo odiaron. Lo que llenaba sus corazones no era la Palabra de Dios, sino un conjunto de reglas estrictas y opresivas destinadas a dominar y controlar a las personas. Bajo este sistema, las personas vivían oprimidas por una vida infeliz, triste y sin esperanza. Dentro del sistema de fe en el que ellos estaban atrapados, faltaba lo más esencial: la comunión con Dios.

Si los fariseos y los escribas hubieran respetado las Escrituras, habrían reconocido, aunque fuera de manera parcial, a Jesús. Esto se debe a que la Biblia, a través de numerosas profecías, habló constantemente acerca de la venida del evangelio, de qué se trataba y de quién sería su protagonista. Entre ellas se encuentra este pasaje: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.” (Is 53:5). Sorprendentemente, este no es un escrito de los discípulos que fueron testigos de Jesucristo, sino que fue registrado por el profeta Isaías aproximadamente setecientos años antes de la venida de Jesús.

Cuando Pablo predicaba el evangelio, muchos judíos lo criticaban diciendo: “Ese hombre se opone a las enseñanzas de Moisés” o “Ese hombre habla de cosas que no están en las Escrituras.” Por eso, Pablo enfatizó con más fuerza. El evangelio había sido prometido desde antes por Dios en las ‘Escrituras’, a través de los profetas. Este mismo evangelio es el que ahora ha llegado hasta nosotros. Dios ha corrido desde tiempos antiguos para entregarnos el evangelio, a nosotros que somos seres tan insignificantes que, si desapareciéramos de la faz de la tierra, nadie se daría cuenta. No nos apartemos del evangelio, sin importar con qué buenas cosas nos tiente el mundo o nos intimide con métodos aterradores. Permanezcamos en el evangelio hasta el final y disfrutemos eternamente de la felicidad de Dios.