Servicio del Día del Señor del 31 de agosto del 2025

Pastor Sung Hyun Kim

Los santos de la iglesia en Roma probablemente se sorprendieron al recibir la carta. Ya que la primera presentación del remitente no destacaba un prestigioso nivel académico ni una posición de renombre, sino que se identificaba como: “siervo de Jesucristo”. El apóstol Pablo poseía la ciudadanía romana, un estatus reconocido en todo el mundo mediterráneo de la época. Además, había sido discípulo del reconocido rabino Gamaliel y tenía un profundo conocimiento de la filosofía y la literatura griega, siendo un verdadero hombre de élite. Por encima de todo, era un apóstol llamado directamente por Jesús quien resucito. Él siendo uno de los trece apóstoles que existieron en la tierra, dejo de lado todos esos títulos y honores, y escoge presentarse como “siervo”. Esto era suficiente para despertar en los lectores la curiosidad y la pregunta: “¿Quién es realmente este hombre?”

Hoy en día, para nosotros la expresión “siervo de Dios” evoca una imagen de autoridad especial. Incluso en la época del Antiguo Testamento, grandes figuras como Abraham, Moisés, David e Isaías fueron llamados “siervos de Dios”, y este título era considerado uno de gran gloria. Sin embargo, en el contexto de la cultura grecorromana del siglo I, la palabra ‘siervo’ tenía un significado completamente distinto. Se refería a un ‘esclavo’. Un esclavo no era visto como una persona con dignidad propia, sino como propiedad de su amo, sin ningún derecho legal. Para el amo, el esclavo no era más que un animal como un buey o un caballo, o una herramienta como una hoz o un arado. La única diferencia era que, aunque era un animal, podía hablar, y aunque era una herramienta, podía moverse por sí misma.

El apóstol Pablo no se apropió del concepto glorioso de ‘siervo’ del Antiguo Testamento, sino que, de manera intencional, aplicó así mismo la idea humillante de esclavo según la cultura romana. En la carta que escribió a la iglesia de Corintios, se describió como un ‘ministro’, palabra que se usaba para referirse a quien atendía las mesas. También se llamó a sí mismo ‘servidor’, término que se usaba para designar al esclavo más bajo que remaba en la parte inferior de una galera. Pablo comprendía que su apostolado y los dones que había recibido no eran el resultado de sus méritos, sino únicamente de la gracia. Tal como dice su confesión: “Por la gracia de Dios soy lo que soy”, a través del encuentro con el Señor en el camino a Damascos, donde recibió una severa reprensión, marcó su vida de tal manera que lo mantuvo en una posición de humildad durante toda su vida.

La condición de Pablo como esclavo se semejante a un sistema establecido en el Antiguo Testamento. Había casos en los que un esclavo, aun teniendo la oportunidad de obtener la libertad, elegía voluntariamente permanecer como siervo toda su vida por amor a su buen amo. En tal situación, el esclavo delante de un juez se sometía al acto de que se le perforaba la oreja con una lezna, como señal de su declaración de servidumbre eterna hacia su amo. Cuando Pablo se presenta a sí mismo como “siervo de Jesucristo”, lo hace en este contexto. Él se entregó voluntariamente al Señor de amor que lo salvó del pecado y de la muerte. Para Pablo, ser siervo no era una humillación, sino la más grande honra; no era una obligación, sino un privilegio; no algo impuesto, sino una decisión nacida del amor.

Para Pablo, el hecho de haber sido llamado como apóstol y ser apartado por Dios no era motivo de autoridad ni de orgullo, sino únicamente de gracia. Esta actitud del apóstol Pablo nos presenta un profundo desafío hoy en día. Si el apóstol mismo se considera un simple siervo, nosotros somos aún menos que un siervo. El cargo, el llamado y la vida de creyente que Dios nos ha dado son todos gracia. No tenemos ninguna razón para enorgullecernos ni para desanimarnos. El hecho mismo de que Jesucristo sea nuestro Señor es, en sí, nuestra felicidad eterna. Seamos conscientes de esta certera realidad espiritual. Corrijamos nuestra actitud que debemos de tener delante de Dios, y tomemos esto como el fundamento de nueva vida.