Servicio del Día del Señor del 24 de agosto del 2025
La bendición inalterable
(Efesios 6:23-24)
Pastor Sung Hyun Kim
“¿La bendición final? ¿No es solo parte del orden del culto? Lo importante es la prédica, ¿no? Tengo que salir antes de la bendición final para que me alcance el tiempo.” ¿Tiene usted este pensamiento? La bendición final no es simplemente una manera de terminar el culto. Es el momento en que se proclama la bendición garantizada por Dios. Quien pronuncia la bendición es un hombre, pero quien lo ha llamado y le ha dado autoridad es Dios. La bendición final aparenta ser una declaración unilateral, pero en realidad contiene el concepto de un pacto mutuo entre Dios y el hombre. Aunque Dios quiera derramar Su bendición, si la persona no la recibe, este pacto no puede cumplirse. Por lo tanto, para recibir la bendición es necesario responder con fe y obediencia.
Al final de la carta que Pablo escribió a los santos de Éfeso se encuentra registrada la bendición final. Al leer Efesios desde el principio, se percibe que todo su desarrollo es como un culto, y de manera coherente, concluye con una bendición final. Esta bendición contiene el profundo amor y la sincera esperanza de Pablo hacia los santos. Él deseaba que la bendición de Dios no solo llegara a la iglesia de Éfeso, sino también a los santos de muchas iglesias de la región de Asia Menor, y más allá, que trascendiera los tiempos y alcanzara a todos los que aman a Jesucristo. Ese deseo de Pablo se ha cumplido plenamente, y hoy nosotros también podemos disfrutar de esa bendición.
“Paz sea a los hermanos, y amor con fe, de Dios Padre y del Señor Jesucristo.” (Ef 6:23). La paz de la que habla Pablo no se refiere simplemente a un entorno sin desgracias ni a la tranquilidad interior en medio de ellas. La paz significa que nosotros, que estábamos separados de Dios a causa del pecado, hemos sido reconciliados con Él, y también que el muro que existía entre judíos y gentiles ha sido derribado. Hoy, el hecho de que la fe haya llegado hasta nosotros, los gentiles, también es por esa paz. La fe no consiste en acumular cierto conocimiento espiritual y estar de acuerdo con él. Confiar en Cristo y llevar una vida que dependa de Él, es la fe.
El fruto de la fe es el amor. El amor es el carácter de Dios que otorgó la salvación, y ahora, ha sido derramado en nosotros, convirtiéndose en una nueva naturaleza. El cristiano manifiesta que ha recibido gracia al practicar el amor. El amor no es algo que se haga una sola vez, sino es eterno. Quien ama no busca su propio beneficio, sino que se sacrifica a sí mismo. Procura ser considerado con los demás y evita causarles dolor. El hecho de que podamos mostrar este amor hacia todos los santos, tal como lo ordenó Cristo, es porque tenemos fe. La fe de que nosotros mismos hemos recibido ese amor de parte de Dios. De esta manera, fe y amor están unidos entre sí.
“La gracia sea con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo con amor inalterable. Amén.” (Ef 6:24). Aquí, la gracia no significa que Dios le dé a una persona algo una sola vez, sino que mira a esa persona misma con agrado. Si lo expresamos como ‘favor’, resultará más fácil de comprender. ¿Qué podría ser más valioso que el favor de Dios? Él nos lo ha garantizado. Lo que debemos hacer para recibirlo es amar a Cristo. A lo que nosotros debemos hacer, Dios además ha asegurado Su favor. Por lo tanto, amemos a Cristo con todo nuestro corazón. Aceptemos la bendición inalterable que ningún ataque del enemigo puede romper.

