Sucedió que al cabo de unos tres meses fue dado aviso a Judá, diciendo: Tamar tu nuera ha fornicado, y ciertamente está encinta a causa de las fornicaciones. Y Judá dijo: Sacadla, y sea quemada. Pero ella, cuando la sacaban, envió a decir a su suegro: Del varón cuyas son estas cosas, estoy encinta. También dijo: Mira ahora de quién son estas cosas, el sello, el cordón y el báculo. Entonces Judá los reconoció, y dijo: Más justa es ella que yo, por cuanto no la he dado a Sela mi hijo. Y nunca más la conoció. (Génesis 38:24-26)

Después de que Adán pecó, el hombre se convirtió en enemigo del diablo. Desde el principio, el hombre fue creado para preparar el camino para que el Hijo de Dios viniera a la tierra. Por lo tanto, el propósito de la existencia del hombre hasta la venida de Jesús era preparar Su camino. El hombre debía ser el camino por el cual Él vendría a la tierra. Así, el mayor valor del hombre es ser usado para eso. Es muchísimo más importante que cualquier valor ético o moral el papel de la mujer como madre que da a luz al Hijo de Dios en la tierra. 

Cuando Jesús vino, no vino a través de varias personas o distintas familias; vino a la tierra a través de una sola línea familiar que continuó en línea recta. Nadie sabía quién sería. Sin embargo, Dios continuó escogiendo. Escogió a Abraham, luego a Isaac y después a Jacob, y así sucesivamente. Aunque Isaac tuvo dos hijos, ¿a quién iría la bendición: a Esaú o a Jacob? Al final, fue Jacob quien obtuvo la bendición. Jacob tuvo doce hijos, pero ¿por medio de cuál continuaría esta bendición? Esto era de suma importancia, más que cualquier otra cosa. Finalmente, la bendición llegó a Judá. 

Así que Jesús vino a través de la tribu de Judá. Judá tuvo tres hijos, de los cuales el primogénito fue Er. Pero como era malo ante los ojos de Dios, Dios lo mató. Esto sucedió después de que se casó con una mujer llamada Tamar. Así que la gente probablemente la consideraba desafortunada. Después de eso, Judá dio a su segundo hijo, Onán, para que se casara con ella y continuara la descendencia de su hermano. Pero Onán también pecó. Y Dios lo consideró malvado y también lo mató. Probablemente, todos miraban a Tamar como una asesina de hombres. 

Según la Ley e incluso según sus tradiciones —ya que esto sucedió antes de que viniera la Ley—, cuando esto ocurría, la mujer debía ser entregada al siguiente hijo en matrimonio. Pero el tercer hijo de Judá, llamado Sela, aún era joven. Así que Judá le dijo a Tamar que esperara hasta que él creciera. Pero cuando llegó a la edad adecuada, su padre no quiso dárselo porque temía que su tercer hijo muriera como lo hicieron sus hermanos. Por eso no le dijo nada al respecto. Y Tamar no podía pedir un esposo nuevamente cuando ya dos esposos suyos habían muerto. Probablemente estas situaciones eran comunes en aquel tiempo, y mujeres como Tamar simplemente vivían solas como viudas y eran olvidadas. Y Judá fingió como si no supiera nada y se hizo el inocente. 

Un día, él fue a casa de alguien para un banquete y notó que había una prostituta en ese pueblo, y se acostó con ella. La prostituta entonces le pidió una prenda. Probablemente él le dijo: “Te pagaré después”, y le entregó algunas de sus pertenencias como prenda, las cuales después olvidó. Sin embargo, más tarde escuchó la noticia de que su nuera estaba embarazada por fornicación. ¿Creen que eso le agradó o no? Probablemente se alegró pensando: “Entonces podré matarla y mi hijo será un hombre libre. Todo se resolverá”. Pero ella sacó las pertenencias y dijo que el padre del hijo era aquel a quien pertenecían esas cosas. Y Judá reconoció que eran suyas. Él había dormido con su nuera. Fue una situación escandalosa desde el punto de vista ético y moral del mundo. Ella había engañado prácticamente a toda la familia: al mayor, al segundo y hasta a su propio suegro. No obstante, Judá la reconoció, y admitió que ella era más justa que él. Porque fue él quien no cumplió su promesa. Y la justicia de Tamar no solo fue reconocida por Judá, sino también por Dios. ¿Por qué? Porque esa era la razón por la cual existía el hombre en ese tiempo. 

Nadie sabía quién sería el ancestro del Mesías. Pero toda la humanidad existía para ese propósito, especialmente los descendientes de Abraham. Ellos se convirtieron en el camino para Aquel que había de venir. Por lo tanto, para ellos tener muchos hijos era un acto de fe muy importante. Las mujeres estériles, en ese sentido, no tenían ningún propósito en sus vidas. No significaban nada. Que la descendencia de una familia se extinguiera significaba que ya no habría posibilidad de que el Mesías viniera por esa línea, lo cual era una maldición. Así, una mujer estéril en esos tiempos no tenía razón para seguir viviendo. En verdad, era una maldición. 

Sin embargo, esta mujer hizo todo lo posible por tener hijos, incluso engañó a su propio suegro y finalmente quedó embarazada. Y dio a luz a gemelos. Y de manera increíble, esta mujer aparece en la genealogía de Jesucristo. Aunque Jacob tuvo doce hijos, fue nada menos que por Judá que vino Jesús. Judá también tuvo varios hijos, pero no fue ninguno de ellos a quien Dios escogió. En cambio, Tamar tuvo dos hijos llamados Fares y Zara, y Fares es quien aparece en la genealogía de Cristo. 

De esta manera, el hombre nacido de esta mujer, Tamar, fue escogido. No se puede decir que esta sea una genealogía normal, mucho menos orgullosa o digna. Sin embargo, dentro de la genealogía de Jesucristo, podemos encontrar muchos personajes atípicos. Esto muestra que esta genealogía no se formó simplemente por linaje, sino por personas que vencieron por la fe. Así, esta mujer logró llamar la atención de Dios. Hay pocas mujeres mencionadas en la genealogía de Jesús en la Biblia. Pero las que están, todas comparten una similitud: todas tenían un ferviente deseo de fe para participar de la bendición. Tenían un anhelo profundo y esperanza por participar en la bendición dada solamente a Israel, e incluso desempeñaron un papel importante en ella. Tenían un deseo espiritual. 

Si Tamar se hubiera dejado llevar por los valores éticos y morales o por la virtud del hombre, no podría haber hecho lo que hizo. Pero esos valores no eran lo importante. Lo que verdaderamente importaba era si sería o no utilizada en la obra de Dios. Ciertamente, los valores éticos y morales son muy importantes para nuestras vidas, pero esos valores tienen su origen en la tierra, no en el cielo. Los estándares de ética y moralidad en nuestra sociedad son diferentes a los de otra sociedad. Y los tiempos actuales son distintos del pasado; cada aldea y pueblo son diferentes entre sí. Aparentemente, entre los esquimales, una de las formas de recibir a los invitados era ofrecerles a sus esposas. Si un hombre no hacía eso, era considerado una persona grosera. 

Estos valores provinieron del mundo para ayudar a las personas a convivir entre sí. Sin embargo, la palabra de Dios existía incluso antes de que el universo fuera creado, y la voluntad de Dios para Su Hijo ya estaba en el cielo. Por lo tanto, Su voluntad tiene la prioridad. Así que, como hizo Abraham, la bendición debía ser obtenida, aunque implicara matar a su hijo; o como Isaac, que tuvo que esperar mucho tiempo antes de casarse, él tuvo que perseverar para recibir la bendición. E incluso si Jacob tuvo que engañar a su hermano y arrebatarle la bendición, él tenía que tomar posesión de ella. Y así como hizo Tamar, la bendición tenía que ser obtenida, aunque tuviera que engañar a su suegro para quedar embarazada y tener un hijo. Debemos tener ese deseo espiritual. Si uno lo analiza desde una perspectiva humana y dice que son malas personas, y limita esto, eso impide que Dios nos use. Puede parecer el camino correcto para quienes están acostumbrados a la ética y la moral, pero a los ojos de Dios, no lo es. 

No es que Dios solo use a los que son morales y tienen cualidades admirables. Más bien, Él usa a los que verdaderamente desean que la palabra de Dios se cumpla en ellos, no solo a cualquier persona amable y gentil. Por eso muchos siervos del Señor tienen personalidades difíciles. Tienen un carácter rudo y, en algunos, parece que la brújula moral está averiada. Por supuesto, el carácter y la moralidad son importantes. Pero en los tiempos del Nuevo Testamento, incluso esas cosas son distintas en comparación con el Antiguo Testamento. Sin embargo, lo fundamental en ambos tiempos es que tengan el anhelo de ser usados por Dios. Porque Dios nunca pasará por alto eso. Y nada puede sobrepasarlo. 

En verdad, ese deseo de obtener la vida que Dios da trasciende todas las cosas. Las mujeres surcoreanas parecen tener una especie de naturaleza tenaz. Cuando se trata de algo relacionado con sus hijos, ni el orden social ni esos valores las detienen. Es como si aún lleváramos los efectos posteriores de la guerra de Corea. Con tal de ganar y obtener algo, se ciegan y no ven nada más. Y esa actitud hacia la promesa de Dios puede, de hecho, ser agradable a Dios. 

Cuando terminó la guerra, las personas que se quedaban simplemente paradas sin hacer nada, criticando a otros por tomar con descaro lo que deseaban sin ningún estándar moral, en realidad no consiguieron nada y murieron de hambre. Pero aquellos que andaban con vigor buscando comida y agarrando todo lo que podían encontrar fueron los que sobrevivieron. Después de la guerra, si las personas se preocupaban por guardar las apariencias y se quejaban de cómo otros se colaban en la fila, no conseguían nada y morían de hambre. De igual manera, debemos tener esa tenacidad con el deseo de vivir espiritualmente. Así, cuando Jesús le dijo a la mujer que no está bien dar el pan de los hijos a los perrillos, ella aun así suplicó que se le concediera. Así es como llamamos la atención de Dios. Cuando Zaqueo se subió al árbol sicómoro, violó el orden público. ¿Pero qué pasaría si se subía al árbol? El árbol podría romperse. Y probablemente la gente pensaba que, siendo un hombre con algo de dignidad, al menos debería comportarse y no subirse a un árbol de esa manera. 

Debajo del árbol, habría muchas personas con cualidades destacadas. Pero el Señor no estaba interesado en ellos. Él estaba buscando al que anhelaba que la palabra de Dios se cumpliera en él, al que deseaba ardientemente a Jesucristo. La mayoría de las personas consideraban a Zaqueo un hombre vergonzoso porque era un recaudador de impuestos. Un recaudador de impuestos no era diferente a un traidor de su propia nación; un hombre sin conciencia. Sin embargo, al Señor no le importaba eso; Él solo observaba el celo que tenía por el Señor. 

A veces uno puede sentirse ofendido en la iglesia porque hay personas que, aunque parecen tener mal carácter, Dios las usa. Pero si uno observa con atención, puede observar que tienen fe, que son muy celosos y sinceros ante Dios, aunque tengan un temperamento fuerte. Esa persona sigue siendo usada por Dios. ¿No están de acuerdo? Son los que serán usados por Dios hasta el final. No sirve de nada compararse con otros diciendo que uno tiene más consciencia o es correcto que ellos, porque Dios no busca eso. Si alguien quiere ser usado por Dios, Él quiere que vaya tras ello con determinación. 

Aunque perdamos todo lo demás, debemos tener el celo por esta bendición espiritual: la bendición de que el Señor esté con nosotros y que seamos usados por Él. Debemos anhelar esa bendición delante del Señor, y no dejarnos frenar por pensamientos como: “No es justo que yo lo tenga todo. Otros también deberían tener una oportunidad”. No debemos ver la bendición espiritual desde la perspectiva humana. En cambio, oremos para ser agresivos en nuestro anhelo por lo espiritual y atraer con vigor la atención de Dios. 

Padre Dios, ayúdanos a luchar y esforzarnos primero para que nuestro espíritu viva. Aunque renunciemos a todo lo demás en el mundo, ayúdanos a no ceder jamás en las bendiciones espirituales a otros, sino a arrebatarlas con fuerza sin importar lo que cueste. Hemos orado en el nombre de Jesús. Amén. 

Prédica del Pastor Ki Taek Lee
Director del Centro Misión Sungrak