Entonces Jacob le preguntó, y dijo: Declárame ahora tu nombre. Y el varón respondió: ¿Por qué me preguntas por mi nombre? Y lo bendijo allí. Y llamó Jacob el nombre de aquel lugar, Peniel; porque dijo: Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma. (Génesis 32:29-30)

Aquí, Jacob sigue la promesa que Dios le dio a Abraham y anhela fervientemente que Dios esté con él. Siguiendo con esa esperanza. Cuando Dios le dijo a Abraham: “Te daré esta tierra; te daré descendencia; y Yo seré su Dios”, es una promesa de que Dios estaría con ellos, de que Dios estaría con el hombre. Y para que esta promesa se cumpliera, Jacob estaba regresando a la casa de su padre en la tierra de Canaán después de haber sufrido durante veinte años. Y en el camino, se encontró con un ángel con quien luchó. 

Aunque en realidad era un ángel, para Jacob era Dios. Era Dios quien se le apareció. Como nosotros ahora sabemos quién era realmente el que se le apareció, lo tratamos como un ángel. Pero Jacob no podía considerarlo como un ángel, sino como Dios, porque el ángel se le apareció como Dios. 

El nombre Israel le fue dado, y el significado de Israel fue este: “porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido”. Luchó con Dios y venció. No dice que luchó con un ángel y venció. Luchó con Dios y venció. En ese momento, Jacob pidió: “Dime tu nombre”. Y que Dios revelara Su nombre era lo mismo que entregarse a él. Por eso, revelar Su nombre es lo mismo que la promesa que Dios hizo a Abraham: Emanuel. Dar Su nombre significa darse a Sí mismo. Así que el hecho de que Jacob haya pedido conocer el nombre de Dios fue una petición irracional. ¿Cómo podía pedirle a Dios que se entregara a él? Pero por supuesto, Dios ya lo había planeado y estaba en proceso de hacerlo. Sin embargo, todavía no era el momento. Si Dios ha de estar con el hombre, este debe conocer profundamente a Dios, saber cómo adorarlo y tener suficiente madurez. Pero el hombre no era lo suficientemente maduro. El hombre ni siquiera había recibido la Ley aún. El hombre necesitaba recibir la Ley para conocer al Dios temible y saber cómo servirle. Por lo tanto, Dios no podía revelar Su nombre antes de que el hombre pasara por ese entrenamiento. 

Por eso mismo, Dios no podía darle Su nombre al hombre para que lo usara, ya que el hombre ni siquiera sabía cómo servir a Dios. ¿Y qué habría pasado si Dios hubiera revelado Su nombre a Jacob en ese momento? ¿Cuántas personas de su familia trajo Jacob consigo? Sus cuatro esposas y doce hijos. Incluyéndose a sí mismo, eran solo diecisiete personas. Los siervos no cuentan realmente. ¿Cómo puede Dios tener solamente a unas diez personas como recipientes de sostienen Su nombre sobre la tierra? Cuando ese nombre sea revelado en el universo, ¿cómo podrían esas diez personas manejar el nombre de Dios? 

Job tenía diez hijos, pero ¿cuánto tardó el diablo en destruirlos a todos? Solo unos minutos. Sopló un fuerte viento sobre la casa, y toda la casa se derrumbó. Todos murieron en una sola mañana. Así que si son solo diecisiete personas, también podrían ser destruidas de una vez si el diablo soplara un viento fuerte sobre la casa donde estaban. Y si esas personas que recibieron el nombre de Dios como recipientes fueran destruidas, ¿qué pasaría con el nombre que Dios había revelado por primera vez desde la creación del mundo? Eso no podía suceder, ¿verdad? Por lo tanto, Dios necesitaba un gran recipiente para Su nombre, una que no pudiera ser destruida fácilmente por tales cosas, una que no fuera sacudida. Es por eso que, más adelante, fueron llevados a Egipto, donde fueron protegidos por ese país fuerte y poderoso, y allí tuvieron muchos hijos hasta convertirse en una gran nación después de cuatrocientos y tantos años. Después de eso, Dios los sacó de allí. Y finalmente, Dios les reveló Su nombre. 

Ya no iban a ser fácilmente destruidos por otra nación, pues se habían convertido en una gran nación, y aun si hubiera un fuerte viento, solo moriría una parte del pueblo; no se podría destruir a toda la nación. Fue después de eso que Dios les dio Su nombre, porque ahora podían manejarlo, y luego los entrenó sobre cómo debían servir Su nombre. El pueblo aprendió a temer ese nombre al punto que no se atrevían a pronunciarlo. Cada vez que aparecía el nombre Jehová, lo leían como “Adonai” o “Señor”. Así aprendieron a temer el nombre. Sin embargo, cuando vino Jesús, Él dijo: “¡Destruid este templo!” 

Lo que eso significaba era que el nombre de Jehová, que se guardaba en el templo, ya no debía ser utilizado. Y finalmente, el nombre que Dios dio a Su Hijo —el nombre de Jesús— fue revelado. A través del Espíritu Santo, ese nombre entra en nuestros espíritus para permanecer por la eternidad. Así que ahora, aquellos que han sido entrenados completamente bajo la Ley y han confesado que son pecadores, llegan al arrepentimiento y reciben el perdón de sus pecados en el nombre de Jesús. Y con la venida del Espíritu Santo, ese nombre entra en sus espíritus para que puedan ser uno con ese nombre. 

Por lo tanto, de ahora en adelante, no solo servimos el nombre de Dios. Cuando se dio el nombre de Jehová, las personas solo sabían temer el nombre de Dios y servirle. Pero ahora, cuando da el nombre de Jesús, no solo se sirve, sino que uno se vuelve uno con Él. Se convierte completamente en uno. Así que, como eres como Dios, debe usarlo como si fuera el dueño de ese nombre. Desde entonces, en los tiempos del Antiguo Testamento, el nombre de Jehová era un nombre para servir. No era mi nombre. Era un nombre que se debía servir. Por eso no damos nuestro nombre a otros para que lo usen, sino para servir. 

Cuando compartimos nuestros nombres con otros, queremos que nuestros nombres sean honrados por ellos. Ninguno de nosotros daría su nombre para que sea mal usado. Pero a un número muy pequeño de personas, yo les doy mi nombre. Así que les doy mi tarjeta de crédito, que tiene mi nombre, a mi esposa o a mi hijo para que puedan usarlo. Les estoy dando mi nombre no solo para que lo honren, sino para que realmente lo usen. De la misma manera, a aquellos que ya sirven Su nombre, que honran y aman Su nombre, Dios les dio Su nombre para que lo usen. En los tiempos del Antiguo Testamento, ese nombre fue dado solo para ser servido, pero después de que vino Jesús, Su nombre fue dado a los que aman Su nombre, para que puedan usarlo. 

Por eso el nombre de Jesús se ha convertido completamente en mi propio nombre. Es como si fuera mi nombre. Y puedo usarlo libremente. Puedo ordenar a los demonios: “¡Fuera!”. Y cualquier cosa que pida en oración, Él prometió que me será concedida si la pido en Su nombre. Adorando en ese nombre y resistiendo al diablo con ese nombre. Dios nos dio Su nombre para que lo usemos. Dios nos ha elevado al mismo nivel al suyo. Este nombre originalmente pertenecía solo a Dios Padre, a Jesucristo y al Espíritu Santo. ¿Cómo podría alguien más atreverse a compartir Su nombre? Pero Dios nos llamó para estar con Él y compartir la posesión de Su nombre. Realmente es una gracia maravillosa. 

Dios finalmente dio Su nombre al hombre porque toda la preparación mencionada anteriormente ya se había cumplido. Cuando el nombre de Jehová fue dado en los tiempos del Antiguo Testamento, ese nombre sería preservado mientras la nación fuera preservada. Sin embargo, ese nombre ya no se utiliza más. ¿Por qué? Aunque hoy en día son una gran nación, en última instancia, cuando este universo desaparezca, toda carne humana será destruida. Aunque se esfuercen mucho por servir ese nombre, sus corazones ya están corrompidos, y por lo tanto no pueden traer la gloria debida al nombre. Por esta razón, Dios nos hizo nacer de nuevo completamente y plantó Su nombre en nuestros espíritus para que nunca se pierda. Será guardado eternamente. Si ese nombre está dentro de nosotros, no podemos separarnos de él, aunque toda la tierra sea destruida. Permanece con nosotros por la eternidad. Por eso Dios no se arrepiente de habernos dado Su nombre, porque ese nombre estará con nosotros eternamente. Entonces, ¿qué deben hacer las personas con el nombre que han recibido? No solo deben servir el nombre con humildad y temor, sino también tener fe y usar ese nombre. No debemos solamente temer y servir ese nombre, sino darnos cuenta de que es el nombre que se nos ha dado y tener la fe valiente para usarlo. Esto es lo que Dios demanda y la razón por la cual nos dio el nombre de Jesús. 

¡Cuán grande es, entonces, la gracia que hemos recibido! Ya no hay ningún nombre que Dios haya escondido. Nos lo ha revelado todo. Y ahora nos dice que hagamos cualquier cosa en el nombre de Jesús. En el pasado, Jacob preguntó cuál era el nombre de Dios, pero Dios no le permitió saberlo. Dijo: “¿Por qué preguntas por mi nombre? ¡Qué atrevimiento!” Más adelante, Dios dio el nombre de Jehová a Moisés. Pero a nosotros, nos dio el nombre de Jesús. ¿Cuán grande es eso? ¿Es Jacob más grande o lo somos nosotros? ¿Es Moisés más grande? ¿O lo somos nosotros? Sí, por más grande que haya sido Juan el Bautista, nosotros somos mayores que él porque poseemos este nombre. 

Entonces, ¿cuán absurdo es que las personas que poseen este nombre tengan una actitud de fracaso, o una mentalidad pasiva y negativa? Dios mismo mora en nosotros, y Emanuel finalmente se ha cumplido. Por eso dice: “Y llamarás su nombre JESÚS… y será llamado Emanuel”. Esto significa que Dios está con nosotros. Ese nombre está con nosotros por la eternidad. Solo pensar que el nombre de Jesús está en nuestro interior nos hace sonreír incluso mientras dormimos; y aunque estemos ocupados haciendo algo, al pensar en ese nombre que habita en nosotros, sentimos un gozo. Aun teniendo ese nombre, el hecho de no poder usarlo adecuadamente, el hecho de no estar usando ni siquiera una fracción de lo que ese nombre puede hacer, es tan lamentable que por eso oramos más para obedecer y usar ese nombre. Sabemos cómo usar computadoras, pero probablemente no usamos ni el 1% de todas sus funciones. Aunque tenemos los celulares con tantas funciones, después de unos días de usarlos, terminamos utilizando solo las llamadas y mensajes. 

Lo que ese nombre, Jesús, puede hacer dentro de nosotros es extraordinario, y sin embargo, todo lo que la gente pide es: “Estoy enfermo, por favor sáname. Ayúdame a encontrar un trabajo”. No usan ese nombre para obras mayores. Sin embargo, Dios quiere que lo usemos para grandes obras, para las obras del reino de los cielos. Pedid todo lo que queráis, y os será concedido. Por eso no debemos limitarnos, sino usar el nombre de Dios para cumplir las expectativas de Dios y hacer las obras que son imposibles para el hombre. Debemos ser aquellos que verdaderamente usan ese nombre. Tenemos que pedir que se nos revelen los misterios escondidos en ese nombre para poder usarlo. Ya no deberíamos usar ese nombre solo para levantarnos después de haber sido golpeados una y otra vez. Más bien, debemos tener celo espiritual y deseo por cosas mayores. No deberíamos estar satisfechos con lo que estamos haciendo ahora, sino suplicar y orar fervientemente para hacer obras mayores y usar Su nombre. 

Al final, la recompensa que se nos dará dependerá de cuán bien usamos ese nombre. El Señor repartió talentos y esperaba un resultado de cada persona. Así que, al habernos dado Su nombre, está interesado en cuán bien usamos ese nombre. Nosotros somos los que recibimos ese nombre. Es como si nuestro padre nos hubiera dado su tarjeta de crédito y nos hubiera dicho que la usemos bien. Cuando regrese, nos preguntará: “¿Qué hiciste con ella? ¿Dónde la usaste?” Cada persona será diferente. Algunos pudieron haber creado un negocio exitoso con esa tarjeta; otros tal vez la guardaron en un cajón y no la usaron en absoluto diciendo: “No estoy acostumbrado a usar tarjetas. Prefiero el efectivo”. Otras personas quizá solo la usaron para comprar comida. En última instancia, la recompensa será dada según cuán bien cada uno haya usado Su nombre. 

Toda obra que fue mandada a hacerse en el nombre de Jesús lleva el honor de Dios. Por tanto, las obras que se deben hacer en el nombre de Jesús no deben ser menospreciadas. Por eso, echar fuera demonios en el nombre de Jesús es algo muy importante. Orar en el nombre de Jesús también es importante. Impongan las manos sobre los enfermos y sánenlos en el nombre de Jesús. Todas estas obras fueron mandadas a hacerse en el nombre de Jesús. Así que oremos para que podamos usan eficazmente el nombre de Jesús. 

Gracias, Dios Padre, por habernos dado el precioso nombre de Jesús. Nos diste Tu nombre porque sabías que serviríamos ese nombre, y nos has mandado y prometido que usáramos ese nombre libremente. Ayúdanos a no ser negligentes en usar ese nombre, aparentando ser humildes. Más bien, ayúdanos a usar ese nombre activamente. Permite que siempre experimentemos las obras prometidas en el nombre de Jesús, y que muchas obras y señales prometidas a través de ese nombre se manifiesten. Hemos orado en el nombre de Jesús. Amén. 

Prédica del Pastor Ki Taek Lee
Director del Centro Misión Sungrak