Y se fue Abram, como Jehová le dijo; y Lot fue con él. Y era Abram de edad de setenta y cinco años cuando salió de Harán. Tomó, pues, Abram a Sarai su mujer, y a Lot hijo de su hermano, y todos sus bienes que habían ganado y las personas que habían adquirido en Harán, y salieron para ir a tierra de Canaán; y a tierra de Canaán llegaron. Y pasó Abram por aquella tierra hasta el lugar de Siquem, hasta el encino de More; y el cananeo estaba entonces en la tierra. Y apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu descendencia daré esta tierra. Y edificó allí un altar a Jehová, quien le había aparecido. Luego se pasó de allí a un monte al oriente de Bet-el, y plantó su tienda, teniendo a Bet-el al occidente y Hai al oriente; y edificó allí altar a Jehová, e invocó el nombre de Jehová. Y Abram partió de allí, caminando y yendo hacia el Neguev. (Genesis 12:4-9)

Ocasionalmente, algunas personas o familias viajan a China con el propósito de hacer misión o aprender el idioma. A menudo, estas personas intentan buscar a alguien que conozcan en China para recibir ayuda. Como puede ser bastante difícil al llegar por primera vez a un país nuevo, van a la región donde vive alguien conocido con la esperanza de recibir apoyo de ellos. Y probablemente reciban ayuda. Pero el problema es que, además de recibir ayuda, también son influenciados. Como resultado, terminan siendo moldeados por esas personas y se estancan en una rutina. Por ejemplo, si una persona que va al extranjero con fines ministeriales será influenciada por el ministro a quien acuda en busca de apoyo y, sin darse cuenta, intentará encajar en el marco de su ministerio. Otro ejemplo es alguien que va al extranjero para aprender un idioma; de la misma manera, será influenciado por la mentalidad y las prácticas de las personas que le brinden ayuda. A largo plazo, estas influencias no son beneficiosas, por el contrario, pueden resultar perjudiciales.  

Supongamos que alguien emigra a los Estados Unidos. Entonces, esta persona buscaría a conocidos que vivan allí y se mudaría a la región donde ellos residen. Resulta que estas personas tienen un negocio de lavandería. Él también necesita encontrar una manera de ganarse la vida y considerar qué podría hacer. Y al final, termina abriendo una lavandería también. En otro caso, su conocido tiene un supermercado. Y ese conocido fue la primera persona que lo ayudó cuando llegó allí. Así que, sin darse cuenta, él mismo termina abriendo un supermercado. 

Lo mismo sucede en el ministerio. Si yo fuera a China por primera vez y conociera a un ministro en particular allí, mi ministerio quedaría encajado dentro de la estructura de su ministerio, y me resultaría difícil salir de ella. Así que, si en Corea conozco a personas en el ministerio, es probable que siga su enfoque ministerial; si me encuentro con alguien que tiene un profundo interés en la misión, lo más probable es que me involucre en la misión. Esto significa que alguien me ha influenciado. 

De la misma manera, la razón por la que puedo hacer este ministerio con una visión que abarca toda China es porque alguien me influencio. No es porque yo fuera inteligente o una persona de gran capacidad. Más bien, el misionero que conocí cuando fui a China por primera vez hacía ese tipo de obra misionera, y eso abrió mis ojos de esa manera. Pero hubo otros que no tuvieron la misma influencia. Cuando llegaron allí por primera vez, conocieron a misioneros que se enfocaban en trabajar con estudiantes extranjeros. Como resultado, ellos también terminaron haciendo la misión con un enfoque similar. Por lo tanto, a quién conocemos primero es muy importante. 

Cuando Abraham dejó su tierra natal y llegó al lugar donde Dios lo había guiado, no había nadie allí que él conociera. Dios le había dicho que fuera a un lugar donde no conociera a nadie. Por lo tanto, para Abraham, dejar su tierra y la casa de su padre fue un desafío de fe, pero al mismo tiempo, fue algo muy importante para Dios, ya que Él tenía que guiarlo y transformarlo en una nueva persona. Al ir a una tierra nueva, donde no tenía ningún conocido, Abraham no tenía a nadie de quien tomar ejemplo o quien influyera en su vida. El único que encontró allí, quien continuó guiándolo y hablándole, fue Dios. Y así, él comenzó a asemejarse a Dios. Su forma de vida empezó a reflejar la de Dios y su corazón comenzó a alinearse con el sueño de Dios. Por esta razón, Dios le ordenó que dejara su tierra y la casa de su padre. Por eso es fundamental que fuera a un lugar donde no tuviera a nadie en quien apoyarse o a quien seguir, para que solo fuera guiado por Dios, pudiera parecerse a Dios y tuviera Su visión. Y así fue, Abraham obedeció. 

Sin embargo, no fue así desde el principio. Al inicio, Abraham llevó consigo a su sobrino Lot. También se llevó consigo a todas las personas que había adquirido en Harán. Fue solo después de que Abraham se separó de Lot que Dios comenzó a obrar activamente en él; antes de ese momento, no lo había hecho. Es decir, Dios quería que Abraham recibiera únicamente Su influencia y guía, y de nadie más. Y lo llevó a la tierra de Canaán diciéndole que le daría esa tierra. Sin embargo, la tierra ya estaba habitada por los cananeos. Aun así, Dios dijo que se la daría. Parecía algo completamente absurdo que él pudiera poseer esa tierra, porque Abraham solo era él y su familia, mientras que en Canaán ya vivían muchas naciones. Además, ni siquiera toda su familia estaba con él; tenía que enfrentar todo por sí mismo. Esto significaba que era absolutamente imposible a menos que Dios lo hiciera. Por lo tanto, solo cuando todo se hiciera con la fuerza de Dios, siguiendo a Dios y teniendo Su visión, Abraham podría testificar más adelante: “Esto realmente fue obra de Dios.” De lo contrario, si fuera algo que el hombre pudiera lograr por sí mismo sin necesidad de la ayuda de Dios, ¿cómo podría alguien creer en el testimonio de Abraham cuando dijera que fue Dios quien lo hizo? Sin embargo, lo que Abraham llegó a experimentar después fueron cosas extraordinarias, cosas que nadie más que Dios podía hacer. Abraham no podía depender de ninguna otra persona, y eso era exactamente lo que Dios quería. Dios quería demostrar que todo era Su obra al tomar a este hombre, Abraham, y comenzar todo de nuevo. En otras palabras, Dios quería demostrar Su justicia. 

Nuestra vida de fe consiste en hacer aquello que solo Dios puede hacer. No se trata de que recibamos una ayuda extra de Dios para lograr más fácilmente lo que ya podemos hacer por nuestra cuenta. Más bien, lo que Dios nos ha dado es aquello que es imposible para el hombre, algo que el ser humano ni siquiera puede percibir ni comprender. 

Lo que Dios nos ha dado es el perdón de los pecados, algo que el hombre no puede alcanzar sin importar sus méritos o cuánto se esfuerce; es imposible sin Dios. Nacer de nuevo es absolutamente imposible. Hacerse santo y disciplinarse a sí mismo son cosas que se pueden lograr con el esfuerzo humano. Pero quitar los pecados y nacer de nuevo es imposible sin el poder de Dios. Entrar en la tierra prometida, en el reino de los cielos, es imposible sin importar cuánto se esfuerce el hombre. Solo Dios puede hacerlo. 

Por eso, nuestra fe consiste en alcanzar aquello que solo Dios puede dar. Por lo tanto, para que tengamos muchos testimonios como estos, es importante que manifestemos el poder de Dios, las obras de Dios, aquellas que solo Dios puede hacer. Quizás una persona sea muy trabajadora y diligente para alcanzar un buen resultado. 

Eso es grandioso, pero si esa persona puede manifestar obras que solo son posibles con Dios, entonces ese resultado se ha logrado por la fe. Estos son prodigios, eventos extraordinarios. Debemos tener testimonios de que tales prodigios no fueron hechos por el hombre, porque son absolutamente imposibles con las capacidades humanas. 

Cuando sucede algo extraordinario, no debemos solo elogiar a la persona a quien le ocurrió, como si se debiera a su propia capacidad. Más bien, debemos testificar que fue verdaderamente Dios quien hizo lo que es imposible, incluso con el mayor esfuerzo humano. Nuestros testimonios deben tratar sobre cómo Dios realmente hizo por nosotros lo que habría sido imposible por nosotros mismos. Los testimonios no deben limitarse solo a reconocer los logros de una persona o cuán capaz pueda ser. Más bien, debemos testificar que fue Dios quien obró a través de esa persona para hacer lo que solo Dios puede hacer. Oremos para que tengamos muchos testimonios como estos. 

Dios Padre, nos esforzamos al máximo usando toda nuestra sabiduría, conocimiento y fuerza, pero en todo lo que hacemos, ayúdanos a ser testigos de más obras maravillosas que son imposibles sin Tu ayuda. Concédenos abundancia de testimonios que demuestren que Tu ha estado con nosotros y que reflejen únicamente Tu justicia. Aunque trabajemos para ayudar a muchas almas y edificar la Iglesia, Padre, no podemos confiar en nuestro buen carácter ni en nuestros esfuerzos. Ayúdanos a ser humildes y a reconocer que esta obra solo es posible con Tu ayuda, para que así tengamos muchos más testimonios. Gracias, Dios. Y hemos orado en el nombre de Jesús. Amén. 

Prédica del Pastor Ki Taek Lee
Director del Centro Misión Sungrak