Servicio del Día del Señor del 23 de noviembre del 2025
La evidencia de Dios sembrada en el hombre
(Romanos 1:19)
Pastor Sung Hyun Kim
“¿No es justo que una persona que nunca ha escuchado el evangelio tenga que recibir la ira de Dios? Ellos no conocen la ley de Dios. Y recibir la ira sin saber qué es la justicia o la injusticia parecería muy injusto. Cuesta comprender que un Dios justo pueda hacer algo así.” Hay personas que plantean estas dudas defendiendo a los incrédulos. Al escucharlas, uno podría sentir como si Dios dejara al hombre en la ignorancia y en la oscuridad, para luego derramar Su ira de manera injusta. Sin embargo, la ira de Dios siempre tiene una razón justa.
Nadie en este mundo puede excusarse diciendo que no conocía a Dios. Porque Dios ha sembrado en el interior de cada persona la evidencia que permite reconocerlo. En el pasado, los filisteos arrebataron el Arca del Pacto a Israel. Ellos eran gentiles que no conocían la ley, paganos que habían servido a otros dioses. Pero cuando comenzaron a sufrir desastres por causa del Arca del Pacto, entendieron que provenían del Dios de Israel. Por eso lo devolvieron, e incluso dieron una ofrenda para apaciguar Su ira. La evidencia que Dios había puesto en su interior los llevó a reconocer la existencia de Dios y Su ira.
Esta evidencia en el interior es tan poderosa que brilla incluso donde los sentidos físicos están cerrados. Esto se ve en la confesión de Helen Keller, quien era ciega y sorda, encerrada en la oscuridad y silencio absoluto. Cuando la maestra Sullivan intentó explicarle por primera vez acerca de Dios, ella respondió:“Yo ya lo conocía; solo que no sabía Su nombre.”Antes de recibir conocimiento alguno, su corazón ya había percibido al Creador. Así como el apóstol Pablo proclamó a los atenienses: “Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os anuncio.” Dios no está lejos de cada uno de nosotros.
Cuando las personas afirman que no conocen a Dios, no es porque carezcan de las condiciones para percibirlo. Sino porque rechazan deliberadamente la luz que ha brillado en su interior para poder disfrutar del pecado, y fingen ignorarlo para justificar una vida que persigue los deseos. Dios no sembró en la naturaleza del hombre el conocimiento capaz de percibirlo para condenar, sino para que, aun en la oscuridad y aunque sea a tientas, lo busquen y lleguen a la salvación. La luz ya ha venido en el interior de las personas, pero por la dulzura del pecado bloquean desesperadamente la luz de la verdad; esa es la esencia de su tragedia.
Ahora debemos reaccionar con honestidad delante de Dios. Incluso las personas del mundo, con una percepción apenas intuitiva, reconocen de algún modo a Dios y le temen, ¿cuánto más nosotros, que hemos recibido el amor de la cruz y la palabra revelada? Somos deudores de un amor que jamás podremos pagar. Dejemos, pues, todas las excusas y dudas de buscan justificar el pecado, y respondamos con una fe debida a la revelación que Dios nos ha dado. Recibamos el amor de Dios que constantemente ha enviado su señal para salvarnos, y vivamos una vida que no tema a Dios, sino que lo glorifique con gratitud y dedicación.

