Servicio del Día del Señor del 16 de noviembre del 2025

Pastor Sung Hyun Kim

“¿Escuchaste lo que le pasó a esa persona? Pasó en un momento tan preciso que me hizo pensar si quizá era la ira de Dios. Pero, claro, siendo Dios un Dios de gracia, no tendría sentido que actuara de esa manera, así que seguramente fue solo una coincidencia. Como somos personas que hemos recibido Su gracia, creo que no hace falta tomarlo demasiado en serio.” Muchos cristianos piensan de esta manera. Sin embargo, ¿realmente podemos estar seguros de esto? ¿Acaso Dios lo tolera todo? La Biblia claramente habla de la ‘ira revelada desde el cielo’. No se puede considerar así todo desastre que sufre un cristiano, pero la ira que Dios derrama no está tan lejos de nosotros.

Así como un objeto que sostenemos en la mano cae al suelo por las leyes físicas cuando lo soltamos, en el mundo espiritual también existen leyes determinadas. Por eso, cuando una persona realiza algo que Dios aborrece, como consecuencia cae dentro de la ira de Dios. En este proceso, la consciencia en el interior de la persona actúa como una especie de dispositivo de alarma, cumpliendo un papel muy importante. De esta manera, la ira de Dios puede funcionar de forma mecánica. Sin embargo, en algunos casos, Dios interviene personalmente en Su ira. Decir a la ligera que uno puede deducir un principio fijo acerca de esta ira de Dios, o afirmar que no tiene nada que ver con ella, es un acto de desprecio hacia Dios.

La ira de Dios recae sobre todas las personas, creyentes e incrédulos por igual, y se manifiesta frente la impiedad y la injusticia. La impiedad es un asunto relacionado con la relación con Dios; es tener una actitud equivocada delante de Dios. Quién actúa con hipocresía y falta de respeto ante Dios, quien merece ser adorado, tiene reservado una ira que nunca será cancelada. La injusticia, en cambio, se refiere a la relación con otras personas; consiste en actuar con astucia para satisfacer la propia codicia a expensas de los demás. Quien comete estos actos injustos, en realidad, es alguien cuya relación con Dios está deteriorada. Esto se debe a que la impiedad y la injusticia están conectados entre sí.

Según la perspectiva de Dios, la persona impía y quien realiza las injusticias son aquellos que están obstruyendo la verdad. Sus acciones reflejan directamente el deseo interno de oponerse, menospreciar, burlarse y retener la verdad. Es precisamente este pecado de detener la verdad lo que Dios aborrece. Entonces, ¿por qué, a pesar de esto, las personas no abandonan el pecado? Es porque en sus corazones concluyen a la ligera: “No habrá ira. Todo pasará como si nada.” Esto no solo ocurre entre los incrédulos, sino también en los creyentes. Frente a los actos que obstruyen la verdad, nadie—ni incrédulo ni creyente —puede escapar de la ira de Dios.

Algunos dicen que los incrédulos que no conocen la verdad son injustamente tratados. Sin embargo, Dios se revela incluso en los incrédulos. Dios ha sembrado en cada persona un mecanismo para conocerlo; simplemente, que las personas lo oprimen por su naturaleza de la carne. Por lo tanto, ellos también son responsables de obstruir la verdad. Por eso, los creyentes deben ser aún más cuidadosos. No debemos convertirnos, sin darnos cuenta, en quienes obstruyan la verdad. Comprendamos con claridad en qué estado nos encontrábamos en el pasado y cómo estamos ahora, y conozcamos profundamente el valor de la gracia concedida. Y caminemos por el camino de la vida que corresponde a esa gracia.