Servicio del Día del Señor del 2 de noviembre del 2025
No me avergüenzo del evangelio
(Romanos 1:16-17)
Pastor Sung Hyun Kim
“Yo sé que debemos evangelizar. Así lo dice la Biblia. Sin embargo, los tiempos han cambiado. Ya no es fácil evangelizar como lo era en el pasado. Si se habla de cosas como redención o sacrificio, las personas lo tomarán con gracia. En este mundo competitivo, ¿quién creerá que alguien ha muerto por ellos? Es mejor hablar sobre el bienestar, de cómo, al creer en Jesús, puede mejor la vida, traer salud y ser más próspero. Sería mejor si evitar palabras como arrepentimiento o perdón de pecados. Si hablamos de estas cosas, las personas nos considerarán gente rara.” Hoy en día es fácil escuchar tales palabras. Mientras escuchamos, casi podemos encontrarnos asintiendo con la cabeza.
Por esta razón, la confesión de Pablo resuena más profundamente en nuestros: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Rom 1:16). Sin importar la situación en la que se encontraba, Pablo testificó el evangelio con valor. ¿Era porque la sociedad en la vivía estaba abierta al evangelio? Todo lo contrario. A cualquier lugar que Pablo iba, recibía desprecio y sufrimiento por causa del evangelio. Aun así, no retrocedió. Por el contrario, estaba decidido a predicar incluso en Roma, la capital de un imperio orgulloso de su autoridad política y prestigio cultural. Esto se debía a que él conocía la grandeza del poder que traía el evangelio.
Hablando de poder, en ese entonces no existía nada que superara al Imperio Romano. Roma dominaba toda la tierra con el poder más grande. Sin embargo, Pablo sabía que un poder mucho más grande e incomparable se hallada en el evangelio. Dios es el Dios de poder. Ningún ser en este mundo puede resistir Su poder. Tan grande es Su poder que supera toda medida y comparación. Verdaderamente, no hay nada que el poder de Dios no pueda realizar. Y, entre todas Sus obras, el poder más grande es este: el poder para salvar a cualquiera que cree, es decir, el poder que rescata el espíritu del hombre del pecado y del castigo. Este poder se encuentra en el evangelio.
Las personas rechazan el evangelio porque habla de lo que está completamente fuera de su interés, y revela su miserable realidad con franqueza. Por consecuencia, aquellos que comparten el evangelio con frecuencia temen ser rechazados por otros o que sus relaciones se vean afectadas. Para evitar tal incomodidad, comienzan a predicar el evangelio de formas que suenan agradables a las personas. Pero, ¿un evangelio que esconde la cruz de Cristo, un evangelio apetecible para los incrédulos, puede ser verdaderamente llamado evangelio? ¿Es posible que el poder de Dios, que salva a las almas atadas a Satanás, se revele a través del evangelio?
Aunque la gente de este mundo considere el evangelio como una tontería o un tropiezo, nosotros, que hemos sido salvos por medio de él, nunca debemos avergonzarnos del evangelio. Estar avergonzado del evangelio solo demuestra que uno todavía no lo ha entendido verdaderamente. Ningún poder en este mundo puede sacar a alguien de la muerte y la destrucción, de la maldición y del infierno. Pero, con el poder de Dios, ya hemos sido liberados de esa destrucción. Ahora debemos trabajar con Dios en la obra de salvar a otras almas. Esto no puede realizarse con nuestras propias fuerzas. Esta obra solo se cumple cuando Dios actúa en el lugar donde se realiza. Permitir que Dios obre a través del evangelio es nuestro deber.

