Servicio del Día del Señor del 26 de octubre del 2025

Pastor Sung Hyun Kim

“No sé lo que he hecho todo este tiempo. No importa cuánto esfuerzo haga, nadie lo reconoce. Tampoco siento que esté creciendo espiritualmente; no veo ningún fruto en mi vida. Todos los demás parecen saber cómo cuidar de sí mismos, y aquí estoy yo, como un tonto que ha desperdiciado todos estos años. No sé si este sea el camino correcto. No soy capaz de compartir esto con quienes debo guiar; sería humillante. ¿De todos modos, de qué ayuda serían?” Tal corazón es comprensible. Pero no debemos dejarlo tal como está. Nuestra nueva vida es una vida en deuda. Porque el Señor no rechazó ni ignoró Su responsabilidad, esta vida es un bien precioso que se nos ha otorgado.

Es importante examinar qué es lo que deseamos obtener a través del ministerio. ¿Deseamos recibir la apreciación de las personas? o ¿buscamos satisfacción personal? Si este es el caso, no tendremos más opción que ser decepcionados, porque llegará el día en que tales cosas ya no podrán obtenerse. En ese punto, quedamos sujetos a la autocompasión, a la sensación de injusticia y a la pérdida de la voluntad de continuar con lo que hemos estado haciendo. Para que esto no ocurra, debemos tener un entendimiento claro que nuestra fe es una ‘fe que da’. Así como una madre da todo por su bebé, es una fe que entrega todo su ser. Este mismo corazón era el que tenía el apóstol Pablo hacia los santos de la iglesia en Roma.

Pablo deseó visitarlos con todo fervor para que los santos allí pudieran tener fruto. Ese fruto significa revelar los frutos del Espíritu Santo, vivir una vida santa al abandonar el pecado, y salvar y alimentar a muchas más almas. Sin embargo, algunos consideran el aumento de poder y el fortalecimiento de su propia posición como fruto de su propio trabajo. Esas personas pertenecen a la carne, y no pueden ser llamadas verdaderos cristianos. Los verdaderos cristianos tienen su fruto para el Señor y dan fruto al ser usados por el Señor. Por lo tanto, deben buscar el sentido de recompensa no en lo que han logrado, sino en el crecimiento espiritual y en el fruto de aquellos que sirven.

Por supuesto, el ministerio en sí trae una recompensa de gozo. Sin embargo, cuando las cosas no van acorde con lo que deseamos, podemos enfrentar momentos de tristeza, cansancio y frustración; momentos en los que nos preguntamos: “¿Será que debo continuar con esto?” Incluso en medio de esto, no podemos renunciar. Porque somos deudores ante Dios. Por esta deuda, nos hemos convertido en siervos de Cristo. El siervo hace la obra de su amo. Él no puede hacer la obra que él desea. Si un siervo quiere servir solo cuando le parece, no podrá ser de uso para su amo. Tal siervo no piensa pagar su deuda y trata a su amo como si fuera un desconocido.

El apóstol Pablo conocía que era deudor de Dios. Él fue declarado apóstol de los gentiles y fue fiel a su responsabilidad. También sabía que era un deudor de las almas a las que fue llamado a servir. Sin querer decepcionar al Señor, quien derramó Su sangre por ellos, soportó el ministerio sin dejarse doblegar ante las dificultades y persecuciones. Como el apóstol Pablo, nosotros también hemos lastimado al Señor. Pero ahora somos deudores en todas las obras en las que el Señor nos use. Aunque hemos recibido la garantía de la promesa eterna del Señor, aún queda trabajo por hacer para nosotros hasta el día en que partamos de esta tierra. Esto es lo que nunca debemos olvidar: la deuda que tenemos.