Servicio del Día del Señor del 19 de octubre del 2025
Dios quien sirvo en mi espíritu
(Romanos 1:8-10)
Pastor Sung Hyun Kim
“Mientras estudie Romanos, por fin entenderé con claridad qué es la salvación, cuáles son sus pasos, su proceso y su método. Como Romanos trata sobre el evangelio, podré aprender de manera ordenada todo lo que necesito para evangelizar. Además, me ayudará a comprender los principios de la vida de fe. Esta vez, realmente voy a dominarlo.” En la vida de fe, conocer el principio del a fe es algo de gran importancia. Sin embargo, hay algo que es mucho más importante, verdaderamente importante. Esto es nuestra relación con Dios. Sin tener una comunión personal con Dios, sin importar cuánto estudie, no podrá conocer verdaderamente el evangelio.
Toda persona tiene un principio que impulsa su vida Esto mismo se aplica al servir a Dios. Algunos buscan su propia justicia. Incluso cuando la obra de Dios está en crisis, dan mayor prioridad a preservar su propio sentido de justicia. Otros sirven por temor a ser rechazados. Algunos buscan honor, mientras que otros persiguen poder para dominar sobre los demás. Sin embargo, lo que Dios busca es un corazón sincero que desee agradarle. Pablo fue alguien que tenía tal motivo puro. Estaba dispuesto a entregar su vida por Dios, y fue fiel a ese motivo hasta el final.
Satanás continuó atacando a Pablo por medio de sus oponentes. Eran personas carnales, egocéntricas, egoístas, celosas y llenas de ira. Se opusieron a él, sembraron disensión, lo acusaron y calumniaron, lo golpearon y lo amenazaron. Pero Pablo nunca abandonó su motivo puro. Esto fue porque su relación con Dios era firme e inquebrantable. Esta era la convicción de Pablo: “¡Yo existo por el Señor que me llamó!”. Para él, su vida y su existencia le pertenecían al Señor. Como conocía con claridad la relación que tenía con Dios, consideró que lo correcto era convertirse en un siervo del Señor, quien se entregó por toda la humanidad.
Las personas dicen con frecuencia: “Si no lo hago yo, alguien más lo hará.” Sin embargo, Pablo fue diferente. Él consideró la obra del Señor como suya. Si el evangelio debía ser predicado hasta los confines de la tierra, creyó que él era quien debía llevar a cabo esa obra. Oró constantemente por las iglesias que estaban lejos y deseó profundamente la oportunidad de visitarlas, para que así fueran firmes y crecieran fortalecidos en el amor de Dios. Él fue el primero en abrir su corazón a ellas, acercándose con un corazón sincero. Si sus motivos hubieran sido carnales, en una época tan hostil, nunca habría elegido un camino tan duro y peligroso.
Pablo, en el pasado, también sirvió según la carne, al igual que los otros judíos. Él creyó que cumplir las regulaciones de la Ley en la carne era la manera de servir a Dios. Sin embargo, en el evangelio se convirtió en alguien que sirve a Dios en espíritu. Para él, lo importante ahora, más que la causa justa que tenía en el pasado, era su relación personal con Dios. Conocer el corazón de Dios y entregar su vida voluntariamente por lo que le complacía, se convirtió en su verdadero acto de servir a Dios. El Dios quien Pablo sirvió es el mismo Dios que servimos hoy en día. Nosotros también estamos en el evangelio. Ahora, sirvamos a Dios con nuestro espíritu, con sinceridad.

