Servicio del Día del Señor del 27 de julio del 2025
El yelmo de la salvación
(Efesios 6:17)
Pastor Sung Hyun Kim
Muchos cristianos han soportado en medio de la dificultad y la tribulación sin abandonar la fe. A través del mar del mundo, con sus olas violentas, ellos han permanecido firmes, como un barco fuertemente anclado, sin dejarse arrastrar. Han enfrentado muchas injusticias y caminado por caminos donde no podían ver el futuro. Pero, extrañamente, ellos no han sido derribados. ¿Cuál es la fuerza que los sostiene? Es la esperanza de la salvación. Aunque parezcan débiles exteriormente, en lo profundo de sus corazones tienen una certeza: “Ciertamente seré salvo”, por el cual no vacilaron. Ha sido por su ferviente esperanza en lo que no se ve que han sido guardados de los ataques letales del enemigo.
Incluso si un soldado está equipado de las demás piezas de la armadura, si el enemigo lo golpea en la cabeza, se desplomará en ese mismo lugar. Por eso es necesario que un soldado se ponga el yelmo antes de salir a la batalla. Lo mismo ocurre en la guerra espiritual. El enemigo nos ataca con pensamientos como: “¿Realmente he sido salvo?” o “¿Será que podré sostener mi salvación hasta el final?” Cuando nos sentimos abrumados por las cargas de la vida y sufrimos en medio de la tribulación, el enemigo blandirá su espada con mayor fuerza. En momentos como estos, lo que nos protege de ese ataque letal es el yelmo: la fe que sostiene firmemente la promesa de la salvación.
Algunos podrán preguntar: “¿No hemos sido ya salvos en el momento en que creemos, sin importar si nuestra certeza es fuerte o débil?”Pero la Biblia habla de la salvación en tres aspectos. Primero, la justificación, que ocurre en el momento en que creemos en Jesús y experimentamos un cambio de estatus. Segundo, la santificación, que comienza después de entrar en Cristo. Cada día, al vencer las tentaciones del pecado y entregarnos a nosotros mismos como siervos de la justicia, nos asemejamos gradualmente más a Cristo. Tercero, la glorificación, que se realizará en el último día. En ese día, resucitaremos y disfrutaremos de la gloria del cielo junto con el Señor. La esperanza de la salvación que nos protege se refiere precisamente a esta expectativa: la glorificación que vendrá en el futuro.
El enemigo hace que los creyentes duden de su salvación para sacudir esta esperanza y expectativa. Les hace cuestionar la autenticidad de su fe y la certeza de que si han recibido la salvación. Llevar la vida de fe en este estado es realmente angustioso. No importa cuánto uno trate de animarse a sí mismo, no hay gozo y sus corazones se casan cada vez. Por el contrario, aquellos que tienen una esperanza ferviente: “Ciertamente he sido salvo. No, debo ser salvo.”, no desmayarán en ninguna circunstancia. Esta esperanza no puede ser forzada. Lo único que podemos hacer es anhelar ese día y obedecer el mandamiento de Dios. Si nuestra esperanza y obediencia son sinceras, Dios ciertamente nos cuidará hasta el final.
El Señor dice estas palabras para que no nos desanimemos: “¡Os doy la paz que el mundo no puede dar!” “En este mundo enfrentaréis tribulación, pero sean valientes. ¡Yo he vencido al mundo!” “Y esta es la voluntad del Padre, que me envió: que de todo lo que me dé, no pierda nada, sino que lo resucite en el día postrero.” Nosotros podemos entregarnos al evangelio porque tenemos la esperanza de la salvación. En ocasiones podemos sentirnos solos, malentendidos o ser olvidados en la memoria de las personas, pero el Señor nunca abandona a los que le anhelan y dependen de Él. Con Su poder, los cuidará hasta el último día, y al final serán presentados sin mancha delante de la gloria de Dios.

