Servicio del Día del Señor del 20 de julio del 2025
Escudo de la fe
(Efesios 6:16)
Pastor Sung Hyun Kim
“¿Realmente se hará Dios responsable de mí hasta el final?”, “¿Por qué guarda silencio Dios en una situación como esta?”, “Creo que tendré que resolverlo por mi cuenta.” Pensamientos como estos, aunque no los deseamos, a veces vienen de forma repentina y nos causan angustia. Especialmente en medio del sufrimiento, cuando resulta difícil apartarlos de inmediato. ¡Sentimientos de injusticia, preocupación, miedo, incredulidad e incluso deseos de venganza! Estos no son simplemente emociones pasajeras. Cuando el corazón que antes confiaba en Dios comienza a nublarse, surgen dudas sobre Su cuidado, y el esfuerzo por asemejarse a Su carácter se debilita. Al ser sacudido por la idea de que uno puede vivir sin Dios, la persona termina ajustando su vida de maneras que se oponen a Su voluntad.
Todas estas sacudidas no son mera coincidencia. Aunque en apariencia parezcan el resultado de la influencia de filosofías, ideologías o costumbres del mundo, en realidad, detrás de todo ello hay un ser personal que acecha a los creyentes: el diablo. Él conoce con precisión las diversas debilidades humanas y lanza sin cesar innumerables dardos de fuego apuntando directamente a ellas. Su propósito no es simplemente causar sufrimiento. Sino sacudir nuestra confianza en Dios y, finalmente, romper la relación entre el Salvador y los salvados. ¿Por qué una persona de fe empieza de repente a dudar de Dios? Porque así lo ha planeado el diablo. Siempre tienta con una apariencia atractiva y se acerca con argumentos que parecen convincentes.
En las guerras antiguas, los dardos de fuego eran armas letales. Estas flechas incendiarias no solo atravesaban el cuerpo humano, sino que provocaban quemaduras terribles en quien las recibía, y las sustancias inflamables que se esparcían al impactar encendían la ropa y los equipos cercanos, causando un gran caos en la línea de batalla. Imagínese una lluvia de estas flechas cayendo del cielo. Un pequeño escudo, diseñado para el combate cuerpo a cuerpo, no podría detener semejante ataque. Se necesitaban grandes escudos, fabricados con madera resistente y cuero grueso, empapados en agua justo antes de la batalla para evitar que se prendieran fuego. Solo un escudo así podía proteger a los soldados y mantener la formación.
Dios nos ha dado este escudo a nosotros, que estamos en medio de un campo de batalla espiritual. Se trata del ‘escudo de la fe’. La fe a la que se hace referencia aquí no consiste simplemente en estar de acuerdo con una doctrina ni en reconocer ciertos conocimientos espirituales. Se trata, más bien, de confiar plenamente en la persona de Dios, de depender por completo de Sus promesas, Su palabra, Su voluntad y Sus planes. Dios, quien nos salvó por medio de Jesucristo, guía hoy nuestras vidas y nos protegerá hasta llegar a la resurrección; Él es Aquel que jamás falla. Confiar en Él hasta el final es el único medio de defensa capaz de apagar los dardos de fuego del diablo.
Dios es fiel para cumplir lo que ha prometido, y además tiene poder en abundancia para hacerlas. Él ha cumplido Sus promesas incluso hasta el punto de entregar a Su Hijo amado en la cruz. A quienes confían en Él, los sostiene hasta el final. A quienes obedecen Su Palabra, Dios concede toda buena dádiva y todo don perfecto; y quienes buscan Su voluntad, Él suple todo lo que les falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús. Por lo tanto, no temamos en ninguna circunstancia, sino confiemos en Dios, que es fiel y misericordioso. Resistamos hasta el final los ataques de los dardos de fuego del maligno con el escudo de la fe.


