Servicio del Día del Señor del 16 de marzo del 2025
Él presenta a la novia santa y gloriosa
(Efesios 5:26-27)
Pastor Sung Hyun Kim
El Señor desea presentar a la iglesia como Su novia. En la antigua sociedad griega, existía la costumbre de que la novia se sumergiera en agua y se lavara el cuerpo antes de la boda. Sin importar cómo hubiera sido su vida pasada, después de esto se consideraba sin mancha. De la misma manera, nosotros hemos recibido el bautismo en el nombre del Señor y hemos sido limpiados de nuestros pecados. Al obedecer la palabra del Señor, quien desea salvarnos, nos revestimos con el poder del Señor que nos limpia. Este proceso de lavamiento, que comenzó de esta manera, debe continuar en nuestra vida hasta que nos encontremos con el Señor. Así como dijo el Señor: “El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio”, debemos llevar una vida de arrepentimiento todos los días.
Así como el rey atavía a su novia con ropas lujosas y joyas para presentarla ante sí, el Señor no solo santifica a la iglesia, sino que también la glorifica para presentársela a sí mismo. La majestuosa belleza de la novia revela al mundo entero la gloria del rey. La novia, que en su origen no era más que un ser abandonado y cubierto de sangre, se embellece aún más con elegancia y hermosura para testificar del amor y poder el rey, quien la salvó y enalteció. No se conformó solo con el hecho de haber sido elegida como novia del rey, sino que, día tras día, se limpia y se embellece para ser digna de estar a su lado. Esta es la actitud que debemos de tener como iglesia, la novia del Señor, que ha recibido Su amor.
La Biblia anuncia sobre la entrada de la novia. “Y salió tu renombre entre las naciones a causa de tu hermosura; porque era perfecta, a causa de mi hermosura que yo puse sobre ti.” (Ez 16:14). “Vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido.” (Ap 21:2). Incluso ahora, el Señor sigue derramando la gloria y santidad en la iglesia. A pesar de que cada día descubrimos nuestra impureza, en lugar de sentirnos abatidos, alabamos al Señor con gozo y gratitud. Porque el interés del Señor no está en el castigo, sino en el perdón; su más ferviente anhelo es que compartamos con Él el gozo en el reino de gloria.